Buenos días!! De buena mañana… vale… son casi las 10, estamos muy señores este viaje, o muy agotados… vamos, que en un momento indeterminado de la mañana abandonamos el León que tanto nos ha gustado para adentrarnos en tierras asturianas, y chino chano autovía adelante llegamos a Oviedo.
Nos encontramos con una ciudad elegante, al estilo de las pequeñas capitales, en la que te vas encontrando estatuas en cada rincón, entre ellas la más conocida es la de Woody Allen. Una curiosa plaza dentro de un edificio es lo que más nos ha llamado la atención de Oviedo, la calle de las sidrerías y una fuente que es patrimonio y que no suele estar dentro de los circuitos turísticos es el recuerdo que nos llevamos de esta ciudad. En definitiva y en resumen, que siendo bonita, no es espectacular.
Así que sin más dilación decidimos ubicar nuestro próximo hotel, que se encuentra en el Cabo de Peñas. Y allá vamos, por unas carreteras estrechas, hasta que llegamos a un pueblo que diríase perdido en medio de la nada. Un gran hotel, de aquellos que tienen un aire a los grandes hoteles de los 60 nos da la bienvenida en medio de los praos asturianos. Unas cuantas palabras con el simpático personal y decidimos arriesgarnos en medio de este páramo a encontrar algún sitio para comer.
Y cual es nuestra sorpresa que encontramos un pequeño local cerca del hotel, con menú diario a 9 euros y productos de la zona (fabes y… un pescado que no recuerdo que se parecía al boquerón) y con un gran ventanal que mira al mar. Qué más podemos pedir!
Con la panza ya llena volvemos a seguir camino y … ahora sí que flipamos, nosotros que nos creíamos aislados del mundo moderno resulta que estamos ubicados en medio de una zona ultraturística, justo al lado de Perlora Ciudad de Vacaciones y casi sin darnos cuenta estamos metidos en medio de un pueblo lleno hasta la bandera de restaurantes, locales, bares y sidrerías… increíble…
En medio de este desconcierto llegamos a Luanco, que se prometía un bonito pueblo costero y que a nuestro entender se quedó simplemente en pueblo costero. Un pelín decepcionados, ponemos rumbo al Cabo de Peñas, al faro.
El camino hasta allá nos deja unas vistas y paisajes increíbles y una vez allí, pasados los krakens, tiburones y gatos, el paisaje nos deja sin aliento. Qué acantilados más impresionantes. Un manto de color verde y morado se extiende sobre la tierra hasta que ésta cae a plomo sobre un mar furioso que torna su azul profundo en un azul zafiro. El sonido hipnótico del mar rompiendo contra las olas, las gaviotas en su eterna risa socarrona, la luz que baña el agua… todo se diría puesto allí a propósito, sin otra intención que maravillarnos.
Y así, anonadados, aún con la brisa del mar enredada en nuestros cabellos y en nuestra alma, atravesando prados de un verde inconcebible, llegamos a Avilés.
Avilés, otra ciudad de la que no sabíamos qué esperar y que superó con creces nuestras expectativas. Un ambiente alegre, la gente abarrotando las calles de la pequeña ciudad, señoras que te paran para indicarte que los parques no son sólo parques y una atención turística alegre por llamar huevo a lo que lo parece… No sé sabe bien qué tiene esta ciudad empedrada, si son sus edificios con soportales, su porte elegante o su aire de pueblo, que te enamoran. Y así, soñadores, se nos hace la hora de cenar y más por casualidad que por otra cosa damos con un local de tostas y pinchos, donde nos ponemos hasta arriba de pinchos a 1,50… pero pinchos que… vamos… para qué hablar… 3 para cada uno y ya no podíamos más!!
Con la panza satisfecha, el corazón satisfecho y el cuerpo agotado, volvemos a nuestro hotel, y después de que el tonto sufriera un colapso y nos tuviera 5 minutos dando vueltas en redondo, llegamos a El Carmen deseando, más que nunca, pillar la cama…
viernes, 10 de agosto de 2012
[+/-] | Día 3 - de León a Perlora, ciudad de vacaciones… |
jueves, 9 de agosto de 2012
[+/-] | Día 2 – De Valladolid a León |
[+/-] | Día 1 .- De Caudete de las Fuentes a Valladolid |
jueves, 26 de julio de 2012
[+/-] | Día 4 - Madrid, Madrid, Madrid |
Buenos días a todos.
Hoy nos levantamos con una cosa en la cabeza.... Churros. Y el mejor sitio para tomar churros en Madrid (según nosotros) es San Ginés. Una churrería de esas de las de toda la vida, con un interior elegante pero hablamos de esa elegancia un poco añeja ya. Asientos de terciopelo verde, un ejército de camareros todos bien uniformados y las paredes completamente atestadas de fotografías con personalidades y personajes famosos de toda condición. Políticos, cantantes, deportistas, nacionales y de fuera... la vista se pierde entre los cientos de caras sonrientes y la frase estrella durante el desayuno es: “¿Has visto ese? Anda!!! Mira!!!”. Hasta, claro, que te traen los churros gigantescos y tan buenos!!! Tras charlar un rato de fútbol y turismo con unos guiris forraos de pasta y, encima, del Real Madrid, con la panza bien llena de chocolate ponemos rumbo al Rastro.
Atravesamos la Plaza Mayor y, aunque ya la hemos cruzado más de una vez, ahora no podemos dejar de pararnos. Los peluches gigantes y los Spidermans gordos aún no han llegado, están limpiando las terrazas de los bares y casi no hay nadie. La luz que llega aún tenue a la plaza confiere a las fachadas una calidez encantadora. No podemos negarlo, es un bonito rincón. Tras estar unos minutos bajo los huevos del caballo, ahora sí, al mercadillo más famoso de Madrid (y yo diría que de España).
Llegamos tempranito para evitar el follón de gente, de turistas y de rateros y la verdad es que podemos pasear sin demasiado problema. Aunque, para ser sinceros, nos da la sensación de ser como un mercadillo cualquiera. La primera calle que cogemos, baja y baja. Tenderetes de camisetas, vestidos, bolsos y bolsas a un lado y a otro. Al llegar abajo, una plaza, libros de viejo y cachivaches varios que llaman nuestra atención. Poco a poco se va llenando de curiosos que curiosean y señoras que regatean. Subimos una calle, no todo va a ser bajar, y alcanzamos otra placeta con muebles antiguos y otras fruslerías que hacen que se nos caiga la babica. Y callejeando callejeando volvemos a llegar al principio. Lo que habíamos calculado que nos llevaría toda la mañana nos ha ocupado una hora.
Con una parte de la pareja bien decepcionada por culpa del Rastro damos un paseo lento, tranquilo, por el barrio del Centro, disfrutando del ambiente del domingo por la mañana. Niños en la calle, gente que pasea, puestos de flores... alcanzamos la Plaza de Santa Ana y decidimos tomar un segundo desayuno, ya que el primero ha sido tan temprano... Un café con leche en una terraza, al sol, y un repaso a la guía para ver qué nos dejamos por ver. Viendo lo bien que vamos de tiempo, nos perdemos un rato por el tranquilo Barrio de las Letras, tomándonos el tiempo de leer las placas de las fachadas “Aquí vivió...” y los grabados en el suelo. No sé que tiene este barrio, que no ha encantado, sus pequeñas tiendas, sus bares, su ambiente entre bohemio y de pueblo...
Habiendo leído ya todo lo leíble, nos acercamos a otra de las instituciones bacalaeras de Madrid... el bar “Revuelta”. A empujones y empellones conseguimos hacernos hueco en el atestadísimo bar (no apto para claustrofóbicos). El olor del bacalao frito se mezcla con el del perfume de las señoras y el tabaco de los señores (o viceversa, claro). Cervezas que van no sé sabe donde entre la gente y tajadas de un bacalao fresquísimo (y saladete, para que bebas más), calentito, recién sacado de la freidora. Lo importante es hacerse con un hueco en la barra y para ello hay que recurrir a técnicas de estrategia militar, astucia y subterfugio que te permitan desplazarte sin ser visto entre el gentío para que, cuando noten tu presencia, tú ya te hayas hecho con 20 cm de barra, lo justo para apoyar dos vasos y un plato. Victoria! Piensas con cara de satisfacción.... Y todo eso, para 5 minutos, porque es entrar y salir!
Con este picoteo extraño que llevamos hoy, hemos vuelto a matar el hambre, así que cogemos la calle Atocha, un café en un bar, y de cabeza al Museo del Prado. Estos grandes museos es lo que tienen, al principio te paras en cada cuadro, escultura y extintor: “Mira la mezcla de colores. Qué efecto ha conseguido en la mirada del perro. ¿Y el sfumatto qué?”. A medida que pasan las horas dedicas menos tiempo a cada obra: “Mira un Goya de la época negra. Aquel debe ser un Rubens, ¿no?”. Hasta que acabas diciendo... Mira... otro cuadro... Pero cierto es que el Prado merece una visita. Tiene grandes obras que merece la pena ver en directo: El Jardín de las Delicias (impresionante), Eva y Adán de Durero, Las tres Gracias (sólo por ese ya merece la pena...soy fan de Rubens ¿qué le voy a hacer?).
Imbuidos de tanta belleza y tanta pintura, salimos del museo y descansamos un rato sentados ante la fachada de San Jerónimo el Real, que desde arriba vigila el Prado con ojo atento, no sea que algún cuadro se escape y tras ver como los niños se lanzan, osados, ladera abajo, seguimos con nuestro deambular que nos lleva a hacer una visita a la diosa Cibeles que, como todo en Madrid, está en una rotonda... si pudiera escapar con su carro huiría de tanta polución, autobús y celebraciones al más puro estilo vikingo. Dejándola sola, con cara de triste, seguimos
De nuevo en Chueca (aquí te caes de un barrio a otro sin darte apenas cuenta!!) vuelta por aquí, vuelta por allá, carteles de saunas y de chicos ligeros de ropa pero con mucho músculo, y la tarde cae lentamente. Un olorcito que llega a nuestras naricitas nos atrae y las tripicas empiezan a rugir... ¿porqué no una merendola tardía? Así que... porción de pizza al canto! Qué buena! La verdad es que en este viaje nuestras rutinas gastronómicas siempre tan cuidadas van un poco random.... como el hombre de las cavernas, que comía cuando tenía hambre, no a la hora que le tocaba...
Ya con el estómago un poco calmado las luces nos atraen como abejas a la miel y acabamos en la Gran Via, espectáculo de luces de neón, cines, teatros y gente, mucha gente. Es irresistible el cartel de Schweepes y las pantallas gigantes bombardean publicidad al bullicioso populacho que las observan desde abajo, aunque, realmente, nadie les hace mucho caso. Nos plantamos en la plaza Callao... Chueca a un lado, Sol al otro y el metro detrás nuestro... grande es la tentación de regresar al hotel y a nuestra cama pero conscientes de la rutina alimentaria extraña, nos acercamos al Rodilla más próximo (bieeen!) y cogemos unos sandwiches take away...
Al metro y en un ratito.... qué bien saben los bocatas cuando estás metido en la cama!!!!
miércoles, 25 de julio de 2012
[+/-] | Día 3 - Más Madriz |
sábado, 5 de mayo de 2012
[+/-] | Dia 2 - Pongamos que hablo de Madrid.... |
Implacable, despiadado y vil, el despertador hace puntualmente su trabajo. Nos asomamos a la ventana y una neblina cubre el pueblo. A pesar de las ganas de volverse a la cama reorganizamos las maletas, damos buena cuenta del desayuno del hotel y ponemos rumbo a nuestro destino final: Madrid.
En nuestro avanzar nos acompañan las nubes, la lluvia y la nieve (sí, nieve, sí) y, por fin, la gran urbe y su capa de contaminación. Primer punto a favor del hotel, estar en las afueras, por lo tanto gracias al Tonto que nos acompaña siempre en nuestros viajes en menos de 5 minutos estamos ante la puerta de lo que será nuestra casa durante los próximos días. El hotel Maydrit de 4 estrellas, en un barrio del extrarradio, en una zona de “nueva” construcción, con poco de todo. De entrada podría resultar desalentador pero poco a poco sólo vamos viendo ventajas. Fácil acceso desde la autovía, zona silenciosa, sitio para aparcar en la calle, el metro a una manzana… Sí, es cierto, para llegar al centro hay que emplear media hora en el metro pero… ¿acaso no lo hacemos cada día para ir al centro de Barcelona? Además, como es principio de línea… ¡seguro que te sientas! Y es la línea de metro que lleva a la Gran Vía, a Callao, a Opera… muy bien, ¿no? El hotel en si es moderno, cómodo, cálido, con grandes habitaciones, grandes duchas y grandes baños. ¡Qué gozada! La única pega… el desayuno no está incluido y es caro (13 euros) pero a una manzana hay una cafetería, así que… lo dicho… hemos quedado encantados con él.
Una vez dejamos las maletas empieza nuestra exploración de la capital del imperio. En el trayecto de metro planes, planos y rutas. Vamos un poco al tun tun, para qué negarlo, pero yo ya conozco Madrid y la intención es hacer un turismo callejero, nada encorsetado. Y allá vamos. Callejeando.
Nos bajamos en Gran Vía, calle de teatros y tiendas, esperando encontrarnos con algún famoso, pero o vamos mu despistados o ellos no salen a la calle. Camino adelante llegamos a Callao donde es de rigor la foto al cartel de Schweppes (gracias señor De la Iglesia). Y como buenos guiris, nos adentramos en la abarrotadísima calle Preciados, dirección Puerta del Sol. Aquí el oso con el madroño, allí el carillón donde Ramon García da las uvas embutido en su capa castellana, allí el kilómetro cero, allá las señoras de moral distraída de la calle Montera… todo parece salido de una canción de Sabina. Eso sí, han robado el cartel del Tío Pepe, una lástima pues la plaza ha perdido un poco de su espíritu castizo sin la botella aflamencada vigilando, atenta y salerosa, los movimientos de los viandantes.
Esquivando guiris y manguis decidimos ir a la Plaza de Oriente. ¡Pero qué de gente en todos lados! Aquí la Ópera, más bonita por un lado que por el otro, para qué engañarnos. Lo que es curioso es que un mismo jardín tiene dos nombres, uno para cada parte! Entonces el apelotonamiento en el mapa se hace agobiante. En frente, el Palacio Real, grande, blanco y.. palaciego! Con una gran cola en la puerta. Mirándole, con pinta un poco aburrida, la Almudena, con su cúpula ultracolorida. Parados en medio, a un lado el poder eclesiástico, al otro el monárquico, por nuestra mente pasan desfiles militares, bodas reales y paparazzis a tope. Tanto verlo por la tele, parece que ya lo conozcas!!!!
Intentando demostrar mi vasto conocimiento de la ciudad, recomiendo un lugar donde ir a comer, temiendo en mis adentros que no sea bien aceptado. Pero al llegar a la puerta y ver cola se confirma la certeza de que ha de merecer la pena. Y vaya si lo hace. Almendro 13 es uno de los 10 mejores bares de todo Madrid y sus huevos rotos no tienen desperdicio. Qué cosa más buena y más sencilla. Para acompañar, una rosquita de pringá. Aunque notas el colesterol bajar por tus venas con cada bocado el cerebro ya se encarga de anular los remordimientos. ¿Por qué todo lo que engorda estará tan bueno?
Bien llenos, y con la suerte de ver cómo granizaba desde la ventana, retomamos la ruta, paseamos un rato por el barrio de la Latina (al que, lo siento mucho, no le vemos nada especial) y vamos hacia el Mercado de San Miguel, una monada de lugar. Más que un mercado, algo así como un punto de reunión social donde degustar delicatessens en medio de una vorágine de gente que va y viene, platillos que suben y copas que bajan. El único inconveniente que encontramos hoy es su abarrotamiento, pero un paseo ojeando paradetas no nos lo quita nadie!

De ahí, a la Cibeles, pobre, tan rodeada de tráfico, tan mutilada por los hooligans…y un poco más allá, a Neptuno, también aislado del mundo por varios carriles de asfalto. Qué poco respeto por los dioses en esta ciudad… Sintiéndonos tan guiris en nuestra ruta, el turisteo nos lleva a otro punto de visita… los leones del Congreso. El Congreso da igual… todo el mundo se hace la foto con los leones, que es lo importante. Pero no te puedes subir! Ni tocarlos! Ni acercarte… está vallados, protegidos del mundo de a pie… qué buena representación de lo que el edificio guarda en su interior…
Cansados del politiqueo decidimos explorar el lado más literario de la ciudad y nuestros pasos nos llevan al Barrio de las Letras. Puedo decir que ha sido nuestro lugar preferido en este viaje. Es un barrio pequeño, con tiendas de toda la vida, restaurantes y cafeterías. Pero tiene un no sé qué que qué se yo. Versos escritos en el suelo van acompañándonos en nuestro caminar, y sin darnos cuenta, llegamos a la Plaza de Santa Ana. Un Federico García Lorca cuida de un rincón lleno de vida, de terrazas, mientras vigila las obras que ponen en el teatro, esperando sean de su agrado. Aquí encontramos una plaza que, sin ser la más bonita de Madrid, lucha por ser conservada en nuestra memoria y, por qué no, en nuestros corazones.
De ahí en un momento, a la pequeña plaza Canalejas donde está la famosa tienda de las Violetas Imperiales, pequeños caramelos que están de vicio! Nos paramos en un rincón para mirar el mapa… parece que hemos caminado bastante… volvemos a la Gran Vía y, como cae la tarde, vamos al barrio de Malasaña, para ver qué tal va el ambiente. Y el ambiente va mal… vamos, que no hay. Queremos achacarlo a que es Semana Santa, tiendas cerradas, gente cerrada… la verdad es que atravesamos sin mucha alegría un barrio que no tiene nada (esperamos estar equivocados y que por la noche sea la bomba pues aquí se inició la movida madrileña!).
Así que un poco decepcionados llegamos a la Plaza de España. Cómo ha salido un poco el sol la gente se ha vuelto loca y los bancos están repletos de jóvenes haciendo botellón, chino hablando extraño y projectos de emo jugando con sus Dolfis. Una pequeña feria de artesanía ocupa el centro de la plaza y damos una vuelta, para romper con tanto monumento y tanta piedra. Al otro lado de la feria Don Quijote, seguido de cerca por su fiel escudero, vigilan por si viene algún gigante a molestar, pero no parece que tenga mucho más trabajo que el de soportar a los cansinos que quieren subirse a su caballo. Ains! El día que se harte…
Ya un poquito cansados, y con una imperiosa necesidad de reorganizar nuestras visitas turísticas, optamos por hacer una cena temprana y retirarnos al hotel a descansar, así que todo felicidad nos volvemos de nuevo al centro, hola de nuevo Puerta del Sol y nos dirigimos a un lugar que hemos visto con anterioridad donde, según afirman “tienen los mejores calamares!!”. “Viva el bocata de calamares!” – vamos pensado todo contentos hasta que llegamos al bar y… calamares no sé si tendrán, pero gente… toda la del mundo!!!!! Ni que los regalaran!!! Así que con la cabeza un poco gacha, dejamos a nuestros tentaculosos amigos para mañana y deambulamos en busca de un lugar para cenar.
Y cómo no hay mal que por bien no venga, y de pura casualidad, damos con un lugar de los que nos gustan a nosotros, el Tommy Mel’s, American Dinner!! Bieeeen! Hamburguesa!!! Y a pesar de la cola, la lista de espera, los grupúsculos de semi-adolescentes y las chonis de ciudad, tenemos que admitir que es una de las mejores hamburguesas que hemos comido. Qué ricas! Así que más animados (cómo es posible que la comida siempre nos anime… qué gordis somos…) nos metemos en el metropolitano con nuestra mini-tarjeta de metro (que por cierto, como escribo con un poco de retraso….acaban de meter el subidón de la vida en el precio… de 8-9 euros que pagamos nosotros por la de 10 viajes ha subido a 12!) y en un ratico al hotel, todo dispuestos a mirar fotos, escribir blogs, preparar rutaaaasssszzzzzzz….
miércoles, 11 de abril de 2012
[+/-] | Crónica de una Semana Santa en Madrid (y sin Wifi) - Día 1: Ateca |
Tras agotadores días y eternas jornadas, con los días grises y los ánimos grises, llega Semana Santa, para intentar concedernos un respiro de nuestra cambiante y rutinaria vida.
Así que, sin saber muy bien qué va en la maleta y qué se ha quedado en casa, nos sentamos en el coche.
El tacto del cuero del volante siempre me relaja, ver los kilómetros pasar bajo nuestras ruedas es hipnótico. Esa loquita carrera que le hacemos al sol nos hace ir hacia adelante intentado llegar al horizonte antes que él... qué cosa que siempre perdamos... Aún así, mientras el sol se despide de nosotros, un poco altanero, todo hay que decirlo, nos regala sus últimos rayos del día. Sólo para nosotros. Sólo para mostrarnos donde nos encontramos, pues en nuestra demente carrera por huir de nosotros mismos, no nos hemos dado ni cuenta del lugar al que hemos llegado.
Y aquí estamos, haciendo noche en un pequeño pueblo maño, Ateca, donde la calle huele a pueblo (que no a campo), donde decenas de niños corretean en la plaza mayor bajo la atenta mirada de una horda de adultos. Un lugar donde todos cuidan de todos. Cómo nos sorprende ésto a los de la gran ciudad. Damos una vuelta por el pueblo, que bulle de emoción ante la procesión que tendrá lugar en un ratico. Los hombres, con sus largas túnicas moradas, salen de una Iglesia con un paso de Jesucristo al hombro. Las mujeres, velas en mano y mantilla en cabeza, salen de otra Iglesia, siguiendo con paso solemne una imagen de la Virgen. En el centro del pueblo, la plaza abarrotada, espera el encuentro entre un silencio sepulcral, sólo roto por los tambores que vienen de un lado y de otro. Tambores en sonido 5.1. Tras unos minutos juntos, madre e hijo enfilan camino seguidos por silenciosos fieles, que a paso lento se unen al silencioso ruido de tambor.