Buenos días a todos.
Hoy nos levantamos con una cosa en la cabeza.... Churros. Y el mejor sitio para tomar churros en Madrid (según nosotros) es San Ginés. Una churrería de esas de las de toda la vida, con un interior elegante pero hablamos de esa elegancia un poco añeja ya. Asientos de terciopelo verde, un ejército de camareros todos bien uniformados y las paredes completamente atestadas de fotografías con personalidades y personajes famosos de toda condición. Políticos, cantantes, deportistas, nacionales y de fuera... la vista se pierde entre los cientos de caras sonrientes y la frase estrella durante el desayuno es: “¿Has visto ese? Anda!!! Mira!!!”. Hasta, claro, que te traen los churros gigantescos y tan buenos!!! Tras charlar un rato de fútbol y turismo con unos guiris forraos de pasta y, encima, del Real Madrid, con la panza bien llena de chocolate ponemos rumbo al Rastro.
Atravesamos la Plaza Mayor y, aunque ya la hemos cruzado más de una vez, ahora no podemos dejar de pararnos. Los peluches gigantes y los Spidermans gordos aún no han llegado, están limpiando las terrazas de los bares y casi no hay nadie. La luz que llega aún tenue a la plaza confiere a las fachadas una calidez encantadora. No podemos negarlo, es un bonito rincón. Tras estar unos minutos bajo los huevos del caballo, ahora sí, al mercadillo más famoso de Madrid (y yo diría que de España).
Llegamos tempranito para evitar el follón de gente, de turistas y de rateros y la verdad es que podemos pasear sin demasiado problema. Aunque, para ser sinceros, nos da la sensación de ser como un mercadillo cualquiera. La primera calle que cogemos, baja y baja. Tenderetes de camisetas, vestidos, bolsos y bolsas a un lado y a otro. Al llegar abajo, una plaza, libros de viejo y cachivaches varios que llaman nuestra atención. Poco a poco se va llenando de curiosos que curiosean y señoras que regatean. Subimos una calle, no todo va a ser bajar, y alcanzamos otra placeta con muebles antiguos y otras fruslerías que hacen que se nos caiga la babica. Y callejeando callejeando volvemos a llegar al principio. Lo que habíamos calculado que nos llevaría toda la mañana nos ha ocupado una hora.
Con una parte de la pareja bien decepcionada por culpa del Rastro damos un paseo lento, tranquilo, por el barrio del Centro, disfrutando del ambiente del domingo por la mañana. Niños en la calle, gente que pasea, puestos de flores... alcanzamos la Plaza de Santa Ana y decidimos tomar un segundo desayuno, ya que el primero ha sido tan temprano... Un café con leche en una terraza, al sol, y un repaso a la guía para ver qué nos dejamos por ver. Viendo lo bien que vamos de tiempo, nos perdemos un rato por el tranquilo Barrio de las Letras, tomándonos el tiempo de leer las placas de las fachadas “Aquí vivió...” y los grabados en el suelo. No sé que tiene este barrio, que no ha encantado, sus pequeñas tiendas, sus bares, su ambiente entre bohemio y de pueblo...
Habiendo leído ya todo lo leíble, nos acercamos a otra de las instituciones bacalaeras de Madrid... el bar “Revuelta”. A empujones y empellones conseguimos hacernos hueco en el atestadísimo bar (no apto para claustrofóbicos). El olor del bacalao frito se mezcla con el del perfume de las señoras y el tabaco de los señores (o viceversa, claro). Cervezas que van no sé sabe donde entre la gente y tajadas de un bacalao fresquísimo (y saladete, para que bebas más), calentito, recién sacado de la freidora. Lo importante es hacerse con un hueco en la barra y para ello hay que recurrir a técnicas de estrategia militar, astucia y subterfugio que te permitan desplazarte sin ser visto entre el gentío para que, cuando noten tu presencia, tú ya te hayas hecho con 20 cm de barra, lo justo para apoyar dos vasos y un plato. Victoria! Piensas con cara de satisfacción.... Y todo eso, para 5 minutos, porque es entrar y salir!
Con este picoteo extraño que llevamos hoy, hemos vuelto a matar el hambre, así que cogemos la calle Atocha, un café en un bar, y de cabeza al Museo del Prado. Estos grandes museos es lo que tienen, al principio te paras en cada cuadro, escultura y extintor: “Mira la mezcla de colores. Qué efecto ha conseguido en la mirada del perro. ¿Y el sfumatto qué?”. A medida que pasan las horas dedicas menos tiempo a cada obra: “Mira un Goya de la época negra. Aquel debe ser un Rubens, ¿no?”. Hasta que acabas diciendo... Mira... otro cuadro... Pero cierto es que el Prado merece una visita. Tiene grandes obras que merece la pena ver en directo: El Jardín de las Delicias (impresionante), Eva y Adán de Durero, Las tres Gracias (sólo por ese ya merece la pena...soy fan de Rubens ¿qué le voy a hacer?).
Imbuidos de tanta belleza y tanta pintura, salimos del museo y descansamos un rato sentados ante la fachada de San Jerónimo el Real, que desde arriba vigila el Prado con ojo atento, no sea que algún cuadro se escape y tras ver como los niños se lanzan, osados, ladera abajo, seguimos con nuestro deambular que nos lleva a hacer una visita a la diosa Cibeles que, como todo en Madrid, está en una rotonda... si pudiera escapar con su carro huiría de tanta polución, autobús y celebraciones al más puro estilo vikingo. Dejándola sola, con cara de triste, seguimos
De nuevo en Chueca (aquí te caes de un barrio a otro sin darte apenas cuenta!!) vuelta por aquí, vuelta por allá, carteles de saunas y de chicos ligeros de ropa pero con mucho músculo, y la tarde cae lentamente. Un olorcito que llega a nuestras naricitas nos atrae y las tripicas empiezan a rugir... ¿porqué no una merendola tardía? Así que... porción de pizza al canto! Qué buena! La verdad es que en este viaje nuestras rutinas gastronómicas siempre tan cuidadas van un poco random.... como el hombre de las cavernas, que comía cuando tenía hambre, no a la hora que le tocaba...
Ya con el estómago un poco calmado las luces nos atraen como abejas a la miel y acabamos en la Gran Via, espectáculo de luces de neón, cines, teatros y gente, mucha gente. Es irresistible el cartel de Schweepes y las pantallas gigantes bombardean publicidad al bullicioso populacho que las observan desde abajo, aunque, realmente, nadie les hace mucho caso. Nos plantamos en la plaza Callao... Chueca a un lado, Sol al otro y el metro detrás nuestro... grande es la tentación de regresar al hotel y a nuestra cama pero conscientes de la rutina alimentaria extraña, nos acercamos al Rodilla más próximo (bieeen!) y cogemos unos sandwiches take away...
Al metro y en un ratito.... qué bien saben los bocatas cuando estás metido en la cama!!!!
jueves, 26 de julio de 2012
[+/-] | Día 4 - Madrid, Madrid, Madrid |
miércoles, 25 de julio de 2012
[+/-] | Día 3 - Más Madriz |
Bon dia! La verdad es que esta cama es tan cómoda que nos cuesta levantarnos, pero vamos allá!! Cogemos nuestros cachivaches y nos metemos en el metro camino al lugar donde nace el anticristooooo JUAJUAJUAAA... Sr. De la Iglesia...I love you! Vamos, que en un pis pas nos plantamos debajo de las Torres Kio, que, para qué vamos a engañaros, tampoco tienen nada del otro mundo salvo una curiosa inclinación. Giramos sobre nosotros mismos, carretera detrás, carretera delante (vamos, la Castellana en su parte más fea), nada por aquí, nada por allí, una foto y al metro de nuevo para buscar nuestro siguiente destino: la Plaza de Colón.
Mientras una gran sombra se cierne sobre nosotros, ponemos rumbo norte para coger la famosa calle Serrano, tiendas chic de diseñadores chics que venden ropa muy ... cara. Tras entrar en algunas de las tiendas sin comprar nada, por supuesto, hacemos un estratégico alto para desayunar mientras comienza a chispear. Y qué descubrimiento, señores. Vivan los sandwiches. Hemos entrado en un Rodilla, mira que estamos hartos de verlos, y la verdad es que nos metemos un desayuno güeno güeno a base de bocadillos de “diseño”.
Tras el alto para aprovisionarnos, continuamos nuestro descenso hasta que se oye a lo lejos… Míralaaaa, míraala, mírala, míralaaa…. Y sí, como dijo Carlos III con voz profunda “ahí está, la Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo” rodeada de coches y tráfico bien erguida en medio de una rotonda, protagonista de miles de fotos. Tras cantar el versillo de rigor y hacer un poco el guiri nuestros pies nos guían hacía el Parque del Buen Retiro mientras las nubes amenazan lluvia. Es innegable que este parque tiene un encanto, y para mí, el rincón favorito, es el del Palacio de Cristal, con su lago, sus árboles y sus cascadillas. En esta ocasión la exposición interior era… extraña, una especie de forro azul con signos de interrogación troquelados…. Es arte, amigos. Un paseo por las calles y avenidas del parque disfrutando del silencio, viendo a la gente en barca jugarse la vida con los remos, burbujas gigantes ingrávidas, músicos y patos y abandonamos este corazón verde por la Cuesta de Moyano, para ver el mercado de libros de viejo que hay allí instalado y que tiene el encanto de las mesas repletas de vete a saber qué secretas joyas literarias olvidadas e invadidas por el polvo de los años.
Luchando aún contra ese chirimiri que no acaba de arrancar cogemos el Paseo del Prado para andar despacito por él y aún sin saber bien en qué momento nos metemos por las callejas y nos topamos con el bar Las Bravas, con su receta secreta y patentada!! Y, por supuesto, no podemos resistirnos a probarlas… la verdad es que están muy buenas!!! Y el bar es, como todo en Madrid, castizo. Apoyados en la barra, de acero inoxidable, el camarero entrado en años nos sirve nuestra ración y dos cervezas de barril. El ritmo en estos bares es frenético y la compenetración del servicio envidiable. Bravas que vuelan, birras que aparecen, pulpos que recorren la barra a velocidad de infarto…. La experiencia es un grado! Como las bravas nos han quitado el hambre decidimos dar un paseo por Malasaña, a ver qué se cuenta el barrio de la movida, y la verdad es que por la tarde no es un barrio muy “movido” (jijijiji). Así que un poco decepcionados por las paredes pintadas, las persianas cerradas y las calles desiertas nos vamos al Templo de Debod.
Este pequeño rincón es para estarse un rato. El templo es muy curioso y las vistas desde el parque son bien bonitas. Además, con la puesta de sol realmente parece un lugar mágico, así que bien merece la visita. Hay horarios en que el minúsculo templo puede visitarse por dentro, pero nosotros no tuvimos esa suerte. Así que un ratico sentados y chino chano y entramos en los jardines de Sabatini, de estilo francés neoclásico y desde el que la vista del Palacio Real es realmente bonita. Entre setos y setillos atravesamos el jardín, rodeamos el Palacio Real y la Almudena y cogemos la concurrida calle mayor entre señoras con mantilla y caballeros con capa castellana.
Llegamos a la recoleta plaza de la Vila, que por un momento nos hace olvidar que estamos en la concurrida capital y nos transporta a uno de esos silenciosos pueblos del centro peninsular. De nuevo de vuelta en el barullo nuestros pies caminan solos por calles que ya nos son conocidas, pues aunque parezca muy grande, Madrid se nos antoja pequeña. Y sin darnos cuenta, nos paramos delante de toda una institución en la ciudad, el lugar donde se creó el PSOE, uno de los templos del bacalao… Casa Labra. Este típico local no es bonito, ni moderno, ni con estilo, pero tiene una croquetas de bacalao nada despreciables. Uno puede plantificarse en la barra o entrar en la castiza sala para intentar conseguir una mesa y degustar una tajada de bacalao. Cuenta la leyenda (quizá me he pasado) que este es el típico local donde los padres traen a sus hijos y así, generación tras generación…
Dudando de si cenar o no, de si estamos cansados o no, y de lo que nos queda por ver, damos un paseo por el barrio de Chueca, con sus animadas plazas y sus modernas tiendas de ropa y complementos. Callejeamos y callejeamos y pasamos por la pastelería San Onofre y al ver lo que había en el escaparate, el hambre empieza a aflorar…torrijas… claro! Es Semana Santa! Así que ni cortos ni perezosos pillamos una para los dos (mojada en leche, por supuesto, nada de vino) y… que cosa más buena por favor!!!!!!!!
Poco a poco el sol se va a dormir, pasamos la calle Desengaño entre señoras de moral distraída, la ciudad es un hervidero de gente que viene y va, el vendedor de barquillos, turistas y rateros, hombres anuncio, mantillas negras y nacionales.
Y para acabar el día con algo típico, a la calle Postas, a por un bocata de calamares. La gente sale por la puerta del local donde se sirven bocatas a diestro y siniestro. Y mientras degustamos la castiza exquisitez mundialmente reconocida varias preguntas nos vienen a la cabeza….¿Cuántos kilos de calamares venderán al día esta gente? ¿Porqué se hizo famoso este bocata si Madrid… no tiene mar? ¿De dónde vendrán los calamares? Del Manzanares lo dudo… Un poco de tos, un traguito de Coca-Cola… mira que no ponerle tomate al pan….