jueves, 26 de julio de 2012

Día 4 - Madrid, Madrid, Madrid


Buenos días a todos.

Hoy nos levantamos con una cosa en la cabeza.... Churros. Y el mejor sitio para tomar churros en Madrid (según nosotros) es San Ginés. Una churrería de esas de las de toda la vida, con un interior elegante pero hablamos de esa elegancia un poco añeja ya. Asientos de terciopelo verde, un ejército de camareros todos bien uniformados y las paredes completamente atestadas de fotografías con personalidades y personajes famosos de toda condición. Políticos, cantantes, deportistas, nacionales y de fuera... la vista se pierde entre los cientos de caras sonrientes y la frase estrella durante el desayuno es: “¿Has visto ese? Anda!!! Mira!!!”. Hasta, claro, que te traen los churros gigantescos y tan buenos!!! Tras charlar un rato de fútbol y turismo con unos guiris forraos de pasta y, encima, del Real Madrid, con la panza bien llena de chocolate ponemos rumbo al Rastro.

Atravesamos la Plaza Mayor y, aunque ya la hemos cruzado más de una vez, ahora no podemos dejar de pararnos. Los peluches gigantes y los Spidermans gordos aún no han llegado, están limpiando las terrazas de los bares y casi no hay nadie. La luz que llega aún tenue a la plaza confiere a las fachadas una calidez encantadora. No podemos negarlo, es un bonito rincón. Tras estar unos minutos bajo los huevos del caballo, ahora sí, al mercadillo más famoso de Madrid (y yo diría que de España).

Llegamos tempranito para evitar el follón de gente, de turistas y de rateros y la verdad es que podemos pasear sin demasiado problema. Aunque, para ser sinceros, nos da la sensación de ser como un mercadillo cualquiera. La primera calle que cogemos, baja y baja. Tenderetes de camisetas, vestidos, bolsos y bolsas a un lado y a otro. Al llegar abajo, una plaza, libros de viejo y cachivaches varios que llaman nuestra atención. Poco a poco se va llenando de curiosos que curiosean y señoras que regatean. Subimos una calle, no todo va a ser bajar, y alcanzamos otra placeta con muebles antiguos y otras fruslerías que hacen que se nos caiga la babica. Y callejeando callejeando volvemos a llegar al principio. Lo que habíamos calculado que nos llevaría toda la mañana nos ha ocupado una hora.

Con una parte de la pareja bien decepcionada por culpa del Rastro damos un paseo lento, tranquilo, por el barrio del Centro, disfrutando del ambiente del domingo por la mañana. Niños en la calle, gente que pasea, puestos de flores... alcanzamos la Plaza de Santa Ana y decidimos tomar un segundo desayuno, ya que el primero ha sido tan temprano... Un café con leche en una terraza, al sol, y un repaso a la guía para ver qué nos dejamos por ver. Viendo lo bien que vamos de tiempo, nos perdemos un rato por el tranquilo Barrio de las Letras, tomándonos el tiempo de leer las placas de las fachadas “Aquí vivió...” y los grabados en el suelo. No sé que tiene este barrio, que no ha encantado, sus pequeñas tiendas, sus bares, su ambiente entre bohemio y de pueblo...

Habiendo leído ya todo lo leíble, nos acercamos a otra de las instituciones bacalaeras de Madrid... el bar “Revuelta”. A empujones y empellones conseguimos hacernos hueco en el atestadísimo bar (no apto para claustrofóbicos). El olor del bacalao frito se mezcla con el del perfume de las señoras y el tabaco de los señores (o viceversa, claro). Cervezas que van no sé sabe donde entre la gente y tajadas de un bacalao fresquísimo (y saladete, para que bebas más), calentito, recién sacado de la freidora. Lo importante es hacerse con un hueco en la barra y para ello hay que recurrir a técnicas de estrategia militar, astucia y subterfugio que te permitan desplazarte sin ser visto entre el gentío para que, cuando noten tu presencia, tú ya te hayas hecho con 20 cm de barra, lo justo para apoyar dos vasos y un plato. Victoria! Piensas con cara de satisfacción.... Y todo eso, para 5 minutos, porque es entrar y salir!

Con este picoteo extraño que llevamos hoy, hemos vuelto a matar el hambre, así que cogemos la calle Atocha, un café en un bar, y de cabeza al Museo del Prado. Estos grandes museos es lo que tienen, al principio te paras en cada cuadro, escultura y extintor: “Mira la mezcla de colores. Qué efecto ha conseguido en la mirada del perro. ¿Y el sfumatto qué?”. A medida que pasan las horas dedicas menos tiempo a cada obra: “Mira un Goya de la época negra. Aquel debe ser un Rubens, ¿no?”. Hasta que acabas diciendo... Mira... otro cuadro... Pero cierto es que el Prado merece una visita. Tiene grandes obras que merece la pena ver en directo: El Jardín de las Delicias (impresionante), Eva y Adán de Durero, Las tres Gracias (sólo por ese ya merece la pena...soy fan de Rubens ¿qué le voy a hacer?).

Imbuidos de tanta belleza y tanta pintura, salimos del museo y descansamos un rato sentados ante la fachada de San Jerónimo el Real, que desde arriba vigila el Prado con ojo atento, no sea que algún cuadro se escape y tras ver como los niños se lanzan, osados, ladera abajo, seguimos con nuestro deambular que nos lleva a hacer una visita a la diosa Cibeles que, como todo en Madrid, está en una rotonda... si pudiera escapar con su carro huiría de tanta polución, autobús y celebraciones al más puro estilo vikingo. Dejándola sola, con cara de triste, seguimos

De nuevo en Chueca (aquí te caes de un barrio a otro sin darte apenas cuenta!!) vuelta por aquí, vuelta por allá, carteles de saunas y de chicos ligeros de ropa pero con mucho músculo, y la tarde cae lentamente. Un olorcito que llega a nuestras naricitas nos atrae y las tripicas empiezan a rugir... ¿porqué no una merendola tardía? Así que... porción de pizza al canto! Qué buena! La verdad es que en este viaje nuestras rutinas gastronómicas siempre tan cuidadas van un poco random.... como el hombre de las cavernas, que comía cuando tenía hambre, no a la hora que le tocaba...

Ya con el estómago un poco calmado las luces nos atraen como abejas a la miel y acabamos en la Gran Via, espectáculo de luces de neón, cines, teatros y gente, mucha gente. Es irresistible el cartel de Schweepes y las pantallas gigantes bombardean publicidad al bullicioso populacho que las observan desde abajo, aunque, realmente, nadie les hace mucho caso. Nos plantamos en la plaza Callao... Chueca a un lado, Sol al otro y el metro detrás nuestro... grande es la tentación de regresar al hotel y a nuestra cama pero conscientes de la rutina alimentaria extraña, nos acercamos al Rodilla más próximo (bieeen!) y cogemos unos sandwiches take away...

Al metro y en un ratito.... qué bien saben los bocatas cuando estás metido en la cama!!!!

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