martes, 17 de enero de 2012

La France... mon amour!

De vez en cuando se hacen cosas irracionales, ilógicas. Hay momentos en que te dejas llevar por la euforia y... no nos engañaremos, por las crisis de edad. La realidad es la que es. Así que si te dicen de bucear, ¡allá vas! Que si se tercia acabar una fiesta dándose un baño en la playa, pues ¡bienvenido sea! Que se decide que hay que hacer la compra, pero que los supermercados en Francia tienen más cosas, pues a Francia se va...

Así que, casi de un día para otro, al coche mochilas y amigos y ale, ¡al país vecino! Y ya que subes, te estás un par de días disfrutando de la gente, del idioma y de la comida.

Chino chano por la autopista y en nada atravesamos la frontera... ¡no puedo remediarlo! ¡Me encanta Francia!

Primera parada: Perpignan. A pesar de ser una gran conocida siempre es agradable pasear por sus calles.

El coche directo al aparcamiento de la Place de la Catalogne para no meternos en el centro, que no está ni a 5 minutos caminando. Pero antes de nada, una parada obligada y superimportante... la Fnac! Así que sin salir siquiera a la calle, del coche al centro comercial, a cotillear películas, música y libros que no encontramos en casa (o que aquí encontramos más baratas!).

Satisfechas nuestras ansias consumistas, ahora sí, nuestros pies reconocen el camino y nos llevan hacia el bonito canal que recorre la ciudad. Una rápida parada para comer e iniciamos nuestro paseo hacia le Castelet a la par que nuestros ojos analizan todo lo que los tenderetes de Navidad puestos en la ribera del canal nos ofrecen.

A pesar del fresquito que hace la tarde se pasa rápida y agradable en una mezcla de visita turística y shopping internacional... tantas cosas que comprar y tan poco presupuesto... A pesar de todo, nuestras bolsas van llenas: libros franceses, cd’s americanos y alemanes, jerséis de lana, gorros azules, bufandas de rayas y máquinas atrapamuñecos... ¡qué derroche¡ Agotados por llevar todo el día andando (y comprando) hacemos una pausa en un curioso café con sofas de tigre y leopardo donde tomamos uno de los peores cafés del mundo. ¡Bienvenido a Francia!

De vuelta en el coche nos encaminamos a Carcassonne, donde tenemos nuestro alojamiento. Tras casi tres cuartos de hora dando vueltas intentando llegar al apartamento, luchando contra el GPS que intenta meternos por calles imposibles y evitando la multimuerte a la que nos guía diciéndonos que atravesemos carreteras de 3 carriles al más puro estilo kamikaze, tras pasar 5 veces por la misma plaza y 7 por el mismo semáforo acabamos dejando el coche en una calle que conocemos, decidiéndonos por dar un bonito paseo bajo las estrellas hasta el hotel.

Por fin llegamos y, para sorpresa nuestra, resulta que es una calle pequeña pero con bastante tráfico... ¿cómo diablos llegarán los coches aquí? Por ahora, el nuestro, se queda donde está...

Una vez en nuestro apartamento nos abrigamos un poco más y decidimos pasear hasta la gran noria navideña instalada en una de las plazas de Carcasona y por la que hemos pasado unas... 20 veces con el coche. Lástima que los puestos navideños estén cerrados...

Se acerca el momento de cenar y lo más sabio es subir a la Cîté, así que allá vamos. La vista de la ciudad antigua iluminada desde el Puente Viejo que cruza el río es sencillamente maravillosa. Un chirimiri insistente va cayendo sobre nosotros y cuando enfilamos la cuesta que nos llevará hasta la fortaleza, el molesto calabobos desaparece y empieza a llover de verdad... ¡qué bien! Como nunca nos llueve.... Así que de noche, con el frío del mes de diciembre en nuestros huesos y la lluvia calando en nuestras ropas, entramos en la maravillosa ciudad amurallada de Carcasona, la fortaleza medieval mejor conservada de Europa. Evidentemente, a estas horas, las tiendas que abarrotan las calles están cerradas y no hay ni un alma paseando, así que subimos por sus empedradas cuestas hasta las plazas donde se acumulan los restaurantes. Ni que decir tiene que todos para turistas.

Analizando cartas y menús y empezando a ser acuciados por la hora y el frío, elegimos uno con un estilo taberna antigua. No podemos decir que la comida fuera magnífica, pero sí correcta, y el ambiente cálido y ameno del local nos hacen disfrutar de una velada agradable... lo peor... volver a salir al frío de la calle... ¡miento! Lo peor... volver a salir a la lluvia de la calle!!!!

Guareciéndonos bajo los aleros de las casas encontramos el camino de vuelta al hotel. En el silencio de la noche, las luces amarillentas de los faroles confieren a la fortaleza un aire fantasmal. La lluvia desaparece y la luna se asoma tímida entre la bruma de la noche. Tras unas cuantas fotos fantasmagóricas aprovechando la soledad y muchas risas después, llegamos a nuestro funcional (y calentito) apartamento.

Obviando todo orden establecido, decidimos “acampar” en el comedor como si de la Plaza Catalunya se tratara y, al más puro estilo japonés, disponemos los colchones en el suelo, mantas, sábanas y almohadas y tras unas cuantas volteretas, almohadazos y fotos, el cansancio nos vence...

A la mañana siguiente, tras arreglar los desperfectos de lo que parecía un tsunami acontecido la noche anterior, salimos a pasear por el centro “moderno” de Carcassonne (la Bastide de Saint Louis), zona antaño amurallada y cuyos accesos se limitaban a 4 puertas de las que, actualmente, sólo una está conservada y clasificada (la puerta sur). Merece la pena pasear por esta zona que desprende vida: mercados mañaneros llenos de fruta y verdura, señoras comprando con sus cestas de mimbre, tiendas abiertas, gente paseando, soldados soldeando... como se acerca Navidad, una gran pista de hielo ocupa una de las plazas, los niños ríen y los padres sufren ante las caídas de sus retoños... Qué diferente es el ambiente navideño que se vive aquí... Una visita a la boulangerie nos hace recordar las excelencias de la panadería francesa... Póngame uno de cada!!!!!! (viva el éclair de pera y el pain aux raisins!). Nos acercamos a ver una de las obras de ingeniería de la región, una de las esclusas del Canal du Midi (que atraviesa Carcassonne y que es Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1996) y tras un chocolate caliente (y algunos un vino caliente...) ahora sí, visita obligada a la Cité.

Reiniciamos la subida hasta la fortaleza, esta vez sin lluvia, y paseamos por sus calles, callejones y callejuelas sorprendidos por el poco turismo que encontramos. Tiendas de souvenirs y muchos restaurantes nos acompañan en nuestro paseo mientras oteamos el horizonte en busca de nubes negras (Oh! No! Ahí vienen!!). Nuestra decisión de buscar un lugar donde comer nos lleva a un local donde pedimos unos sencillos paninis acompañados de un maravilloso, oloroso, despatarrante, inolvidable y embriagador... queso al horno. ¡Qué derroche de todo! Nuestra apatía mientras nos comemos los bocadillos mirando cómo los ocupantes de las mesas colindantes devoran platos de pasta con carne desparece entre los efluvios del Camembert derretido, con patatitas y bacon... grrr!

Cuando salimos del restaurante, totalmente satisfechos de nuestra quesera elección, comprobamos que nuestra amiga la lluvia ha venido a despedirse de nosotros, así que con las cabezas gachas y empapados llegamos al coche y salimos de la ciudad, mirando por el retrovisor para dar el último vistazo a una de las joyas de la arquitectura medieval, una de esas joyas que nunca te cansas de ver.

Como no es la primera vez que visitamos la ciudad (de hecho hemos estado ya 5 o 6 veces) esta vez nos hemos dedicado más al paseo que al turismo pero no puedo dejar de explicaros un poco lo que podéis encontrar. Como ya he comentado, la ciudad medieval de Carcassonne es la ciudadela medieval mejor conservada de Europa y forma parte del Patrimonio de la Unesco desde 1997. Es espectacular la vista que tenemos desde el Puente Viejo (si ya buscáis la foto de postal, bajad a una especie de zona de tierra que hay bajo el puente y desde allí podréis fotografiar la ciudadela con el puente). Si tenéis coche, saliendo de Carcassonne se atraviesan unos viñedos y la vista es también espectacular. El interior de la ciudadela está muy bien conservado pero totalmente consagrado al turismo y normalmente sus calles estan llenas de gente, locales de comida rápida y “barata” o de restaurantes no tan baratos. Uno de los platos típicos de la región es la Cassoulet, un guiso de alubias con pato y salchichas, cuyo origen se disputan desde siempre tres ciudades: Carcassonne, Toulouse y Castelnaudary. Si bajais al foso de la ciudadela se puede caminar por encima de las murallas exteriores durante un buen rato. Por lo que respecta a la fortaleza en sí, desde mi punto de vista, no es de visita obligada. Evidentemente la historia explicada por los guías es muy interesante, pero si habéis visitado otras fortalezas con anterioridad comprobareis que ésta es muy sencilla y, tal vez (y digo tal vez!!!), os decepcione. La visita a la ciudad no requiere tampoco demasiado tiempo, en un solo día, bien aprovechado, podéis visitar la Bastide de Saint Louis y la Ciudadela, así que para un fin de semana tranquilo es perfecto o bien para enmarcarlo dentro de una ruta por la región, que es lo que nosotros hicimos la primera vez. ¿Qué? ¿Seguimos?

Ya emprendemos camino a casa pero antes, como no, parada en el supermercado ¡viva el Casino!: unos quesos, patés y vinos y más contentos que unas pascuas, ahora sí, ponemos rumbo a Barcelona.

Nos vamos acercando poco a poco a los Pirineos y a cada kilómetro que avanzamos el cielo se va apagando. Más allá del horizonte, tan pequeña que aún no la vemos, está nuestra ciudad. Llegaremos cansados, satisfechos y con la cabeza un poquito más llena de recuerdos, anécdotas, risas y momentos agradables compartidos.

Volvemos a nuestra amada ciudad, como siempre, pensando en el siguiente viaje, en la siguiente escapada aunque, al menos yo, siempre dejaré un trocito de mi corazón más allá de los Pirineos....

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