martes, 5 de marzo de 2013

Ande Andábamos: La Toscana y cercanías - Parte 1



En uno de esos veranos calurosos, hace ya unos cuantos, nos metimos en el coche rumbo a Italia con el alma anhelante de las maravillas que allí íbamos a encontrar y, en algunos casos, reencontrar.
Aunque hace ya tiempo, intentaremos aquí hacer una pequeña reseña de los lugares que visitamos por si podemos seros de ayuda en vuestros futuros viajes y, ¡qué diantres, porqué nos apetece!

Nuestro periplo de 3 semanas por tierras italianas comenzó con la visita a una celebérrima ciudad ... francesa. Cannes. Con tantos días de conducción lo mejor es ir descansando tanto como podamos, Además.. nos moríamos de ganas de pasear por La Croissette!! Así que pasamos una tarde tranquila descubriendo Cannes e imaginándonos rodeados de estrellas de Hollywood! A parte de lo evidente, o sea, el teatro, pisar la alfombra roja que hay a la entrada y poner tus manos sobre las manos gravadas en el suelo del paseo marítimo, una visita al castillo y un helado son el colofón a una tarde la mar de agradable.

Al día siguiente en pie temprano abandonamos lentamente Francia para entrar en tierras aún por descubrir. Autopistas nuevas y nuevas formas de conducción (y no es porqué los italianos conduzcan mal...nooooooo) y vamos bordeando la costa itálica descubriendo pequeños y blindados paraísos como Cinque Terre, serie de pueblecitos de pescadores enclavados en la abrupta costa que, por suerte para los habitantes y mala suerte para los visitantes, tienen el acceso cerrado al tráfico. Tras esquivar una multa, hacemos un alto en Portofino para comer y maravillarnos del glamour que este pequeñísimo pueblo desprende, con su precioso frente marítimo de casitas de colores y su ¡carísimo parking! Y como no hay dos sin tres, la última parada del día antes de llegar a nuestro destino es la también preciosa villa de pescadores de Portovenere. Sentados en las ruinas de una Iglesia, frente al mar, preparamos el último trayecto de la jornada hacía la preciosa ciudad de Lucca, donde estableceremos nuestro cuartel general durante un par de días.

Qué decir de Lucca, tierra de Puccini! Una ciudad con un casco antiguo amurallado, separado del resto de la ciudad y lleno de vida. Es una de esas ciudades que enamoran, llena de historia y música en cada rincón, gran exponente del gótico pisano merece una visita, sin lugar a dudas. Y en este remanso de paz tenemos nuestro hotel. Únicamente pueden entrar coches de residentes pero rodeando la muralla hay una enormísima zona de aparcamiento. Llena de tiendas, restaurantes e iglesias Lucca merece, sin dudarlo, una visita.

El principal destino del día siguiente es la archiconocida Pisa, y su Piazza dei Miracoli, con su obligada visita a la Catedral, el Baptisterio, el Cementerio y, el símbolo de Italia, la torre inclinada, que no deja de ser el campanario de la catedral. Por mucho que lo hayamos visto en fotos, libros, reportajes, no hay duda, es un recinto espléndido, con sus blancos edificios rodeados de turistas que no sabes si hacen tai chi o judo.

Tras estar un buen rato disfrutando de la arquitectura en pisa, pusimos rumbo a Torre del Lago Puccini. El pueblo no tiene nada, pero junto al lago hay una pequeña casa/torre donde Puccini vivió y que ofrece una preciosa estampa del lago con su nostálgico embarcadero de madera. Un helado y una multa de aparcamiento más tarde, nos acercamos a Viareggio, ciudad playera que ha quedado como anclada en los 60, con sus sombrillas de colores inundando la arena y sus casitas bajas.

En tren desde Lucca llegamos a Florencia, cuna del arte italiano. Ya la habíamos visitado con anterioridad fuera de temporada y nuestro recuerdo era el de una ciudad gris, nostálgica, llena a rebosar de arte, vamos… una preciosidad. Y al llegar en el mes de agosto lo que nos encontramos fueron hordas de turistas invadiendo catedrales, plazas y calles. A pesar de eso, la belleza de su Duomo y su Baptisterio no tiene parangón. El encanto de sus calles, sus mercados, Il Porcini (hay que encestar una moneda en su boca abierta para tener suerte), el Pont Veccio y el David…  La lástima fue no poder entrar en las pinacotecas debido a la avalancha de visitantes, pero…otra vez será.

A la mañana siguiente nos adentramos más en Italia y llegamos a nuestro siguiente cuartel general: Tarvarnelle Val di Pesa. Un pequeño pueblo situado entre Siena y Florencia, en las colinas de la región de Chianti. Recordamos este pueblo con especial cariño quizás al tener la suerte de cogerlo en fiestas y cada noche, cuando se iba el sol, todos los habitantes se reunían en la plaza principal para disfrutar del fresco y de las actividades organizadas: mercadillo nocturno, observación de estrellas, ver un partido de fútbol .. tras una cena en el albergue o en un maravilloso restaurante al que nos hicimos asiduos y un delicioso helado, la alegría inundaba las calles y eras uno más.

Siguiendo nuestro plan de viaje, culebreando a lo largo de las carreteras toscanas flanqueadas por enormes cipreses  llegamos a Monterrigioni, minúsculo pueblecito amurallado enclavado en lo alto de una colina, con un bonito acceso pero de rápida visita, pues no tiene demasiado (o nada) qué visitar. Es el lugar ideal para hacer un alto en el camino a tomar un café en el bar del pueblo y estirar las piernas. Eso sí, la vista del pueblo desde la carretera no tiene desperdicio.

Otra visita imprescindible de la región es San Gimignano, una joya de la arquitectura medieval, conocido como la ciudad de los rascacielos, ya que es lo que encontramos. Altísimas torres medievales invaden un precioso pueblo de piedra de calles limpias y pozos floridos por el que pululan cientos de turistas en chanclas y con calcetines que devoran taglios de pizza como si jamás antes lo hubieran hecho. La lástima es que no quedan en pie todas las torres originales pero aún se conservan suficientes como para hacernos una idea de lo sorprendente de la ciudad.

Dejándonos llevar por el asfalto, nuestra guía nos señala Volterra. Y allá vamos. Bonito pueblo encaramado a una colina (como varios encontramos en la Toscana), las estrechas y frescas calles de piedra, sin demasiado turismo para las fechas que son, te hace sentir que estás en la campiña italiana. Botellas de Chianti cuelgan de las paredes de las tiendas tentando a tu sed mientras el sol cae a plomo sobre la antigua cantera de alabastro y las ruinas de su teatro romano.

De buena mañana nos acercamos a Vinci, que como su nombre indica, es el pueblo que vio nacer al gran Leonardo. Entre campos de olivos se puede visitar una pequeña casa de piedra donde se supone que el genio italiano pasó su infancia. Un gran Hombre del Vitrubio de bronce ayuda al despistado a ubicar la obra del multidisciplinar Da Vinci, y bajo el cielo azul y enorme de Italia seguimos en nuestra ruta a la búsqueda de más maravillas.

En nuestra búsqueda topamos con Pistoia y Prato, dos ciudades sin nada especialmente remarcable, sensación quizá acentuada por el hecho de que es domingo el día en que las visitamos, con lo que encontramos unas ciudades escandalosamente solitarias.

Un poco decepcionados, nos acercamos a Cortona, otro pueblo al más puro estilo Toscano, como Volterra. De esos que se agradecen, que nunca decepcionan, con su bonita plaza de piedra y sus maravillosas vistas del paisaje de la Val di Chiana.

En nuestra ruta hacemos un alto en la hermosa Arezzo. Al llegar a su plaza principal una cosa te viene a la cabeza: “Buenos días, princesa”; y es que es en Arezzo donde Roberto Benigni rodó parte de “La vida es bella”. La bonita plaza principal adornada con escudos da paso a una ciudad llena de vida, de tiendas en sus calles empedradas... es una lugar donde pasar una tarde disfrutando de un buen gelatti.

Y seguimos, un poco emulando a Tolkien al poder decir que Montepulciano es un pueblo de una ida y una vuelta. Y es que el centro únicamente (y a grosso modo) tiene dos calles. Así que en un paseo nos recorremos este pequeño rincón de la Toscana, con su pucinelli en el tejado y sus criptas en las bodegas de vino. ¡Nunca sabes lo que puedes encontrate!

Desde nuestro Tavarnelle cogemos un autobús que nos lleva a través de la sinuosa carretera hasta Siena. Qué decir de Siena. Es una joya y  no sólo por su plaza en forma de concha (o abanico, depende de quien la mire), la Piazza del Campo, su Catedral es una maravilla  y la ciudad en si es de visita imprescindible. Nosotros además tuvimos la suerte de coincidir con los entrenamientos del famosísimo Palio de Siena, donde la Piazza del Campo se convierte en un hipódromo en el que osados jinetes cabalgan como almas que lleva el diablo sobre veloces caballos, ambos engalanados con los colores de su contrade (barrio), en una carrera alocada regida por normas medievales. La gente se vuelve loca con esta tradición y, la verdad, es que nos dejamos llevar por el ambiente loco y festivo. Tras la carrera, el caballo ganador es paseado hasta su barrio seguido de todos los habitantes del mismo que entonan con voces potentes y orgullosas una canción de victoria.  Esos caballos son el orgullo de la ciudad, del barrio y del jinete. Impresionante.

Aprovechando nuestros últimos días en la zona de la Toscana, y abandonando un poco las tierras del Chianti, nos adentramos en Umbria: Asis nos llama. Los lugares de fe siempre nos atraen, ya no tanto por motivos religiosos como arquitectónicos, patrimoniales o históricos. Y estando tan cerca no podemos dejar de ver el Santuario de San Francisco de Asís. Antes de llegar al recinto encaramado en una colina, una gran Iglesia nos llama la atención. Hacemos una parada de 5 minutos y cual es nuestra sorpresa al entrar en la Iglesia y encontrar una minúscula capilla en su interior, como una pequeña cabaña olvidada dentro de aquella mole de piedra. Nos acercamos hacía el complejo religioso que es Patrimonio de la Humanidad y nos admiramos de su belleza. La magnífica Basílica de San Francisco, encaramada en la roca y su iglesia inferior, donde está sepultado el santo, Santa  Clara, el Duomo y la Fortelaza que todo lo vigila conforman un conjunto magnífico que no podemos perdernos si estamos por la región.

Bien satisfechos con la visita a Asis, y camino a Perugia, hacemos un alto en Castrilgione del Lago, para ver el lago Trasimeno. Un remanso de paz de aguas azules, donde el sol se refleja y en el que no podemos ni tan siquiera imaginar la sangrienta batalla que en las II Guerras Púnicas se produjo aquí. 15.000 romanos perecieron en la niebla del lago por la emboscada del cartaginés Anibal. Qué esconderán las aguas de este lago...trozos de historia en el fondo lodoso...

Guardando ese pedacito de batalla en nuestro corazón, ponemos rumbo a Perugia. Dejamos nuestro coche en una zona de aparcamiento habilitada a tal efecto y nos hayamos dentro de un entramado de antiguos túneles que desembocan en la ciudad. En las terrazas de los edificios encontramos mercados con pasarelas que unen los tejados. Callejas de piedra, olor a pizza, una hermosísima iglesia y en una librería un raro ejemplar que llevaba todo el viaje buscando: Romeo y Julieta de Luigi da Porto, en el que se basó Shakespeare para su famoso Romeo y Julieta.

Perdiéndonos por las carreteras toscanas, aprovechando los últimos momentos en esta tierras, vamos a San Galgano, ruinas de una antigua abadía cisterciense donde podemos contemplar lo más cercano a Excalibur que jamás hemos visto. Se dice que tras una juventud desordenada, este caballero de la edad media se encomendó a la vida religiosa y clavó su espada en una roca para convertirla en una cruz y nunca más se pudo arrancar de allí (de hecho un energúmeno lo intentó y la rompió, por eso ahora está protegida por un vidrio)

Abandonamos, ahora sí la Toscana y aterrizamos en Bologna, ciudad estudiantil sin estudiantes en verano, con edificios serios, de ladrillo, pero un encanto peculiar que la hace acogedora.

Desde allí visitamos Arquà Petrarca, en la provincia de Padua, donde el famoso Petrarca pasó sus últimos años. Encontramos una pequeñísimo pueblo, bonito, pero casi sin turismo y sin un interés remarcable.

Seguimos nuestra ruta hacía otro importante centro de peregrinación: Padua. En esta preciosísima ciudad encontramos la soberbia Basílica de San Antonio de Padua, cuya techumbre de fuertes reminiscencias árabes la dotan de una personalidad propia y única y en cuyo interior podemos observar siete maravillosas estatuas creadas por Donatello. En Pádua encontramos una ciudad por la que pasear, perdernos por sus calles, esquivando bicicletas y tranvías y disfrutando de la cultura quedesprende cada rincón.

Y estando tan cerca, como dejar de lado Verona, ciudad del romanticismo, del amor imposible, de la lucha y de la muerte. Con su precioso antiteatro, Verona se ha trasladado el circo de sus ruinas a sus calles, miles de souvenires con corazones inundan las tiendas, colas para ver la “casa de Julieta” y para asomarse al famoso balcón. Una preciosa ciudad abarrotada de pamelas y camisas de flores, donde el pobre Romeo pasa desapercibido y que, lastimosamente, no cuida del todo bien su maravilloso patrimonio. Tras ver una ruinosa tumba de Julieta, ponemos rumbo a nuestro hotel de Bologna para cenar unos espaguetis a la bolognesa, un magnífico helado y a dormir.

Al día siguiente rodamos por las carreteras del Véneto hasta Ferrara, temiendo, al ser domingo de nuevo, tener otra desilusión. Pero en cambio nos sorprende el Castillo Estense de esta ciudad cuyo centro es Patrimonio de la Humanidad. Al llegar encontramos un pueblo vacío aunque bonito y mientras finalizábamos la visita se vaciaron las iglesias y la calle comenzó a llenarse de gente en bicicleta que iba y venía, de niños que jugaban en las plazas y de abuelos tomando el aperitivo en las terrazas. Satisfechos de la ciudad, seguimos camino y llegamos a la costa del Adriático, a un pequeño pueblo llamado Comacchio, el hogar de la Anguila. Es un pequeño pueblo de pescadores, sin más interés que el pueblo en si, pequeñas casas ordenadas a lo largo de limpios canales con olor a mar, y las famosas anguilas que, la verdad, están deliciosas.

Temiendo que tras haber salvado dos visitas, pensamos en que la tercera del día será el fiasco que aún no ha llegado. Y así, un poco temerosos, llegamos a Rávena. Pero lo que nos encontramos nos deja boquiabiertos. Una bonita ciudad con aire festivo, las calles bullen de ambiente dominical, y el patrimonio que nos ofrece no tiene parangón. Varios de los mejores mosaicos paleo-cristianos del mundo han otorgado a esta ciudad de la Emilia-Romagna la declaración de Patrimonio de la Humanidad, así que sin lugar a dudas sacamos el billete combinado para todos los monumentos y  nos dejemos transportar por ellos. Aquí también encontramos, en un austero templete, los restos del famoso Dante, uno de los más grandes poetas italianos. Sin duda alguna, una visita imprescindible en tierras italianas.

 (fin de la parte 1... es que viaje fue largo !!!!)

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