viernes, 26 de octubre de 2012

Andeandábamos: Granada, tierra soñada por mí.

“Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada”

Francisco de Icaza

Así comenzamos este remember, que más que un remember es un especial, porque a Granada he ido, y mucho. Mis padres nacieron allí, y antes que ellos, los suyos, así que aunque mi alma pertenece a otro lugar, en mi corazón siempre hay un hueco especial para esta ciudad. Así que intentaré contaros cositas sobre ella, ya sea para ayudaros en vuestro viaje o para tentaros a visitarla.

Según mi punto de vista, e intento ser objetiva, Granada es una de las ciudades más bonitas de España.

Es pequeña y fácil de hacer a pie, lo que es muy recomendable. Perderse por sus calles es maravilloso. Yo siempre he viajado en agosto, época en que la ciudad se queda desierta y, para mi gusto, la mejor. Hay que soportar el calor, eso no lo voy a negar, pero es un calor seco, de ese que si te pones a la sombra de una terraza, con una cerveza fresquita, ni lo notas. Y por las noches, más vale coger una rebequita (como siempre decía mi madre) porque el fresco de Sierra Nevada baja para conceder a los acalorados habitantes un merecido respiro.

Cosas que son imprescindibles a visitar y que todo el mundo (literalmente hablando) conoce: La Alhambra, esa joya increíble. Pero no esperéis llegar y besar el santo. Las últimas veces que fui era necesario comprar las entradas por adelantado varias semanas. Así que si no queréis imitar a los turistas más valientes y levantaros a las 6 de la mañana para hacer cola en las taquillas, os aconsejo que las compréis antes de ir. La Alhambra es… única. Es maravilloso visitarla sin prisas, pasear por los jardines rebosantes de plantas, de agua, de olores exóticos, perderse entre los grabados de las paredes, de los techos y las puertas, leer la historia que se esconde entre las piedras y dejarnos embriagar por la belleza del conjunto, por el aire de realeza que emana de cada rincón. El patio de los leones, para mí, es un lugar casi místico. El sonido del agua en el silencio (si tenéis suerte de encontrar poco turismo, claro), el sol que ilumina el centro del patio y la mítica fuente mientras las arcadas que lo rodean se mantienen en las sombras. Y desde lo alto de las murallas, de la Torre del Homenaje, la ciudad se rinde a tus pies.

Para disfrutar de una buena vista de la Alhambra (que no desde ella) hay algunos puntos estratégicos desde donde el Palacio nos cortará la respiración. El primero de ellos, y mi favorito, es el Mirador de San Nicolás. El atardecer aquí es espectacular. Con el Palacio de frente, solemos encontrar gente tocando la guitarra. Es un momento para olvidarlo todo y maravillarnos con la mágica danza que bailan la Alhambra y el sol mientras el cielo se torna rojo, diríase en llamas, y luego morado, antes de dar paso a las estrellas. Aquí encontraremos una pequeña mezquita árabe (donde en verano suelen vender limonada casera bien fría) que tiene un coqueto jardín que acostumbra a estar vacío. Y para llegar a este mirador, nada mejor que atravesar el Albaicín, perdiéndonos por sus calles empedradas y por entre sus casas blancas, todas bien encaladas, que guardan secretos jardines que ni podemos imaginar (aunque también podéis coger un autobús de esos pequeñines que os subirá hasta el mirador).

Otro punto para ver el Palacio, es la Abadía del Sacromonte. A medida que vamos subiendo la cuesta que nos lleva hasta el templo vemos a un lado la Alhambra y al otro las casas y casas-cuevas del Sacromonte. Este barrio es conocido por las cuevas donde hacen espectáculos de flamenco aunque no os puedo decir como es perderse por el laberíntico entramado de sus calles puesto que nunca lo he hecho (recomendaciones paternas). Las casas se encaraman en el monte de una forma anárquicamente encantadora y allá arriba, el enorme templo guarda al tan venerado Cristo del Sacromonte o Cristo de los Gitanos. Yo nunca he tenido ocasión de verla, pero siempre he oído que durante la Semana Santa, la procesión más espectacular es justo ésta, en el momento en que el paso entra en el Sacromonte, en la Cuesta del Chapiz.

El último lugar para disfrutar de la presencia de la Alhambra, más que para verla, es el Paseo de los Tristes, enclavado entre el Albaicín y la colina sobre la que se erigen los palacios nazaríes. No hay nada como hacer un alto aquí, tomar una cervecita fría o un mosto (para los que no beben alcohol) mientras disfrutamos de la tranquilidad que reina aquí y de la visión de la Alhambra, que nos observa desde arriba haciéndonos sentir pequeños ante su grandeza. Justo al final del paseo, subiendo un poco por la calle que asciende hacía el Sacromonte, encontramos la Casa del Chapiz, con un precioso jardín interior.

Otro lugar que no puedes dejar de visitar si vas a Granada es la Alcaicería, un batiburrillo de estrechas calles que nos traslada a los zocos de los países árabes y donde podemos encontrar todo tipo de objetos, plata, cuero, curtidos sin olvidar los preciosos productos de taracea, típicos de la artesanía tradicional. Y este laberinto de calle rodea monumentos que no debemos olvidar, como la majestuosa Catedral o la Tumba de los Reyes Católicos y plazas en las que descansar, como Bib-Rambla. Para hacer un alto en nuestro caminar yo recomiendo un bar que, no sé si será por tradición familiar, pero adoro visitar. Se llama el Aliatar y está escondido en la calle de San Sebastián y que lleva abierto desde 1947, ahí es nada. Es el típico local sin mesas, donde apoyados en la barra se pide un bocadillo, o medio, de habas, de perro (es salchicha, no os asusteis) y un largo etcétera que son preparados y servidos a velocidades de infarto por los duchos camareros que llevan toda la vida haciendo las cuentas con tiza en la barra. Y para cuando has acabado de llenar la barriga puedes pesarte en la gran báscula que lleva en el local toda la vida y así llorar por los kilos que has cogido a base de los ricos bocadillos.

Y tampoco podemos abandonar la ciudad sin haber visitado la preciosa Basílica de la Virgen de las Angustias, patrona de la Ciudad. Enclavada en medio de la llamada Carrera de la Virgen, cuyo nombre oficial es la Carrera del Genil, esta Basílica nos sorprende por su bella decoración, su magnífico retablo y su cúpula ricamente ornamentada sin olvidar la propia talla de la imagen de la Virgen, que es una bella obra de arte. Al salir de la visita, siempre podemos tomar un delicioso helado en La Rosa o una leche rizada antes de continuar nuestro camino o bien probar los famosos piononos de Santa Fe.

Algunos lugares más desconocidos de la ciudad, si podemos llamarlos así, son la Cartuja de Granada, un precioso monasterio barroco con una magnífica decoración que queda un poco más alejado del centro pero que se alcanza fácilmente en transporte público (creo que el autobús 32 va, pero mejor que lo comprobéis…), y la Iglesia de Fray Leopoldo de Alpandeire, ubicado en los Jardines del Triunfo.

Un monumento único para visitar es el Corral del Carbón, muestra de arte nazarí y única alhóndiga conservada íntegramente en España. Y muchos diréis… una alhóndiga… que bonito… ¿pero qué es? Era un lugar de venta y compra de grano y actuaba también de almacén. De vez en cuando hacen conciertos en el patio del edificio, así que si tenéis la ocasión, ya sabeis!

Pero si os cansáis de tanta visita y queréis pasear un rato seguir el curso del río Darro a su paso por el Albaicín es una maravilla, pasead por la Plaza de Santa Ana, con su preciosa iglesia o pasad el rato en la calle Calderería, llena a rebosar de exóticas teterías donde degustar un buen té moruno o un refrescante zumo de fruta natural.

Y como no, no hay que olvidarse de las tapas. Ir a un bar, pedir una cervecita y que te pongan tu tapa no tiene precio, sobre todo para los que no estamos acostumbrados a tanta generosidad. Y aunque todos los bares lo hacen, una cosa está clara, cuanto más lejos del centro mejores tapas. Y si escogéis bien los locales, y tenéis suerte, con un par o tres de consumiciones acabareis llenos hasta los bordes!

Si venís con niños o, si simplemente os hace gracia, un poco más alejado del centro encontramos el Parque de las Ciencias, que la verdad no tiene nada demasiado especial, pero lo que sí que merece la pena es el Mariposarium. Una especie de invernadero donde decenas… cientos de mariposas de diversas especies vuelan libres entre la vegetación. Con cuidado mirando donde pisas, porque las muy kamikaces se posan en el suelo, es una experiencia curiosa y divertida.

El caso es que hagáis lo que hagáis, visitar monumentos, pasear por la ciudad, comer o beber, lo más importante es que os dejéis embriagar por la ciudad, por el aroma a jazmín que nos sorprende en sus esquinas, por el sonido del agua que corre, por sus gitanas con sus ramitos de romero, por su luz, su calidez, por su historia, por su suelo adoquinado y por su gente. Granada tiene algo especial, la “muy noble y muy leal…la grande, celebérrima y heroica ciudad de Granada”, la musulmana, la que arrebataron a Boabdil y por la que lloró como mujer. Y si no me creéis… id… y ya me contaréis…







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