miércoles, 10 de octubre de 2012

Día 3 - Un día bien variado

Buenos días andarines.

Hoy nos levantamos animados por la total ausencia de nubes en el cielo y con nuestro mapa, todo pintarrajeado, nos encaminamos a l’Hort de Sant Patrici, donde elaboran artesanalmente el famoso queso de Mahón. Y aunque el tema de las visitas guiadas está completo durante toda la semana pudimos visitar gratuitamente el recinto, un pequeño museo que tienen, una modernísima bodega de vinos y, a través de una ventana, vimos como preparar el queso antes de meterlo en las prensas y tanques de salado. Nos comentaros que el proceso de elaboración sólo se puede ver de 9 a 10.30, así que allí estamos, enganchados a una ventana, viendo como llenan cuadrados de tela de algodón de leche semi cuajada y después, con el arte que da la experiencia, dan a tan amorfo paquete la forma cuadrada característica del queso de Mahón. En fin, nosotros que, como ya sabeis, somos tan guiris estamos encantados de la muerte!! Y pa qué más cuando en la tienda te dejan probarlos… si por nosotros fuera nos habríamos traído media quesería.


Abandonamos el precioso recinto para poner rumbo a la Naveta dels Turons, antiguo edificio funerario que se cree que es el más antiguo de toda Europa, que puede tener unos 3.000 años… ahí es nada.

La verdad es que es muy impresionante pensar la de años, siglos y milenios que esa construcción lleva en pie y ahora te hacen un edificio y si no se te cae en 50 años te puedes dar con un canto en los dientes.

Bien contentos con nuestro edificio prehistórico y haciendo nuestras cábalas históricas nos asustamos cuando llegamos a nuestro coche y vemos que tiene… varios golpes!!! Pero si hemos estado fuera 15 minutos!!! Ya nos veis a los dos midiendo, maldiciendo y agradeciendo el haber cogido el seguro extra cuando nos damos cuenta de que… no era nuestro coche!!!! Ni siquiera era el mismo modelo!!!!! Anda que si el dueño del automóvil en cuestión nos hubiera visto… Entre risas y alivio al ver que nuestro “Pelotillo” está intacto, llegamos a Lithica, unas canteras que ya no están activas. El recorrido es más largo de lo que pensábamos, puesto que dura aproximadamente una hora y engloba la cantera moderna y la cantera antigua. Una es impresionante por el enorme agujero, las paredes rayadas que hacen que te sientas pequeño pequeño en un mundo de piedra. La otra es impresionante por el laberinto en el que te adentras, la maleza se ha comido los senderos e intentas en vano seguir las señales mientras esquivas árboles y arbustos. Lo mejor de todo, el jardín medieval. En un rincón oculto atisbamos un agujero en una pared rocosa. Por allí que nos metemos y al salir por el otro lado las bocas se nos quedan abiertas. En medio de la cantera hay un pequeño jardín, con su fuente y sus plantas aromáticas. Miras para arriba y te das cuenta de que estás en un agujero de piedra, rodeado de roca. Sin lugar a dudas, lo mejor. Hace que te sientas como una especie de Lara Croft atravesando la jungla hasta dar con la antigua civilización. Toda una aventura!

Tras tanta variedad mañanera, decidimos seguir hacia el sur y llegar hasta el Faro d’Artrutx. Como faro no es de los más espectaculares, pero está ocupado por una cafetería cuya terraza no tiene desperdicio alguno. A parte de las mesas al uso, encontramos en primera línea de mar unos pequeños bloques de cemento y unas sillas. No hay nada mejor que sentarse aquí, con un café con leche, las piernas apoyadas en las rocas y dejar que la música tranquila nos invada mientras la brisa del mar acaricia nuestros cabellos y el sol calienta nuestro rostro… si es que hemos nacido para sufrir…

Medio a regañadientes abandonamos ese pequeño rincón de paraíso y cambiamos de costa raudos como el viento hacia Cala Morell donde la curiosidad nos lleva a visitar una antigua Necrópolis. Y al llegar allí el lugar supera nuestras expectativas. La Necrópolis está compuesta por varias cuevas excavadas en la roca, cuevas enormes que bien podrían haber sido casas. Sin ruta marcada, caminas entre la vegetación y las cuevas van sucediéndose aquí y allá. Totalmente en soledad y silencio, con el mar de fondo, el lugar diríase salido de una película fantástica. Subimos y bajamos buscando más y más cuevas y tras un rato de exploración nos damos por satisfechísimos, nos acercamos a la bonita Cala Morell y, viéndola invadida por kayakistas, volvemos sobre nuestros pasos, isla arriba, isla abajo para, ahora sí, ir a espachurrarnos un ratico a la arena.

Con las tripicas rugiendo cogemos la preciosa carretera que nos lleva a Cala Macarella y Cala Turqueta. Haciendo caso del sentido común, de la inspiración divina o de los carteles indicativos, nuestro primer destino es Macarella. A pesar de las señales de Parking, nosotros allá vamos, como los de Alicante y bajando bajando llegamos hasta un lugar en el que no se podía bajar más. Un cortito paseo entre bosques y unas enormes vacas y llegamos a la cala. Nada más llegar nos da la bienvenida una familia de rumiantes, pequeños terneros tumbados en la arena de la playa mientras sus madres los vigilan o nos vigilan, aún no lo tengo claro. Ah… Vacas en la Playa… rebautizamos la cala con el nombre de Vacarella, puesto que lo vemos más adecuado.

Un nuevo rugido de nuestras barrigas nos recuerdan que tenemos hambre y nos dirigimos al restaurante que hay en la cala (porque de chiringuito nada, eso era un restaurante) y unos bocadillos y unas patatas fritas más tarde nos encontramos estirando nuestras toallas en la blanquísima arena y sumergiéndonos en esa agua maravillosa. La casi absoluta ausencia de gente era una sensación maravillosa. El color del mar no dejaba de sorprendernos y hasta el más diminuto pez que pasaba a nuestro lado nos asustaba, tan clara era el agua. Se respiraba un ambiente de tranquilidad, de relax, apenas se oía el murmullo de la gente o la risa de algún niño chapoteando en el agua. El sol calentando suavemente… nos habríamos quedado allí toda una vida, no en vano dicen que Macarella es la 2ª mejor playa de Menorca.

Ya sequitos abandonamos ese pedacito de paraíso y tras sortear a las vacas que nos cierran el paso para salir de la cala, nos vamos a la cala que ostenta el título de mejor playa de Menorca, Cala Turqueta.

Las carreteras con sus curvas suaves, la música a tope en el coche, la ventanilla bajada y el viento revolviéndome el pelo hacen que sólo el camino ya valga la pena. Llegamos allí, atravesando bosques, hasta que una valla nos impide pasar. Dejamos el coche en la zona habilitada y el amable chiringuito nos informa de que la cala está a 1km…. Sí… pues a pasear se ha dicho. Y chino chano cuesta abajo, que luego será cuesta arriba, arrastramos nuestras toallas y cuando empezamos a pensar que hace 2 km que faltaba 1km la playa se abre ante nosotros. Una playa preciosa, rodeada de rocas, una arena más que blanca, un agua más que turquesa, cangrejos, medusas, peces y toda suerte de vida marina, bañistas, mujeres en topless y hombres desnudos, niños que corren, parejas que toman el sol, guiris que hacen (hacemos) fotos… todo en tranquilidad, con calma… diríase que la playa es algún refugio contra el estrés.

Sin poder evitarlo, pero calzándonos adecuadamente, nos metemos en el agua. No podemos dejar de pensar que ese color no es natural, que este Mediterráneo no es el mismo que tenemos en Barcelona y que éstas playas sólo pueden estar en el Caribe. Pero no porque aquí hablan catalán, así que debemos estar en Menorca. Un poco asustaitos por la cantidad de medusillas que hemos visto, damos 4 chapoteos y nos ponemos a secarnos al sol, que poco a poco va perdiendo fuerza y va bañando la cala en una dulce luz dorada.

Con la brisa enredada en nuestros dedos y el estrés abandonado en el fondo de las cristalinas aguas, rehacemos el camino hasta nuestro pequeño coche y ponemos rumbo a Cala Galdana, para intentar ver la puesta de sol, puesto que nos han dicho que en esta época del año la costa sur es en la que podemos ver el anochecer. Y, cuando llegamos allí, nada más lejos de la realidad… viendo el sol ponerse tras las montañas, determinamos que de costa sur nada, que el sol se pone por Ciutadella, y ante la imposibilidad de llegar allí en 10 minutos, buscamos un mirador para poder disfrutar de la puesta de sol, aunque no lo veamos esconderse en el mar, sino bajo las montañas. Y así escapamos de ese pequeño Lloret enclavado en un precioso lugar y encontramos un rincón donde disfrutar del ardiente sol, que nos regala durante unos minutos una gama de colores única, amarillos, naranjas y rojos en tanto que el cielo pasa del azul al morado en una mágica combinación mientras un pequeño barco se dirige hacía el horizonte, intentando atrapar al astro rey antes de que se vaya a dormir.


Con la sensación de que hemos pasado un día perfecto la noche se cierne sobre nosotros regalándonos un manto de estrellas que no estamos acostumbrados a disfrutar. Poco a poco, lentamente, la carretera nos lleva hasta Addaia, a nuestro hotel, pero antes una parada para una cervecita y una samosa de queso, comentamos el día, reímos de las anécdotas y compartimos fotos y, ahora sí, al hotel, a cenar, que mañana nos toca despedirnos de esta isla que nos está robando el alma…



No hay comentarios: