miércoles, 10 de octubre de 2012

Día 1 – Nuestro primer contacto isleño: Welcome to Menorca

Buenos días andarines!


Lo de buenos lo decimos ahora, porque cuando ha sonado el despertador esta mañana el primer pensamiento que ha cruzado por nuestras cabezas ha sido…ni en broma me levanto!. Pero como somos así, pues en vez de perder el avión, nos hemos puesto en pie a las cinco de la mañana, un poco andando sin saber y dejándonos llevar por la rutina.

En el avión ni tiempo a dormir, nada más despegar cogemos una revista y a los diez minutos…prepárense para aterrizar. Es lo que tiene Menorca, que está a un tiro de piedra.

Y una vez en ses illes vivimos nuestra primera experiencia en el mundo del alquiler de coches; así que allá vamos, llave en mano de un coche desconocido y buscando y rebuscando entre filas de automóviles que esperan que alguien les coja está el nuestro. Un pequeño y cuco Toyota Aygo…yo no sé si había visto este coche alguna vez… el caso es que saliendo del parking medio a trompicones dentro de esta pequeña caja de zapatos que ahora se me antoja un vehículo así, ponemos rumbo a nuestro primer destino. El Santuario de la Virgen del Toro (o del Toró… no lo he conseguido averiguar aún).

Y qué bien! Nada más iniciar nuestra ruta… niebla!! Qué Ilusión! Pero conscientes de que esa bruma es un fenómeno normal en la isla continuamos, intentando averiguar donde tiene este coche las luces y, por fin, llegamos al Santuario.

Una preciosidad. Con vistas sobre toda la isla vemos como las colinas emergen entre los retazos de la perezosa niebla. El edificio nos recuerda a aquellas haciendas mexicanas que vemos en la tele, con su puerta de forja y sus paredes blancas, blanquísimas. El silencio, piedras negras decoran aquí y allá y una gran cantidad de vegetación adorna el patio. La basílica en sí es sencilla pero el entorno tiene un algo que qué se yo. No en vano es el punto más alto de la isla. Y para tomar algo, hay una taberna, con una bonita terraza panorámica (siempre y cuando no haya niebla). Nos despedimos del Cristo que vigila la isla desde su alta columna, y de las torres de repetición que vigilan la cobertura de la isla y ponemos rumbo al hotel.

Con toda la suerte del mundo al llegar a nuestro hotel el apartamento ya está preparado para nosotros así que tras una pequeña excursión dejamos nuestras maletas en la que será nuestra casa durante los próximos días, el White Sands. La verdad es que el recinto es genial y el apartamento una pasada. Para 4 personas, totalmente equipado y muy limpio. Una gozada, vamos.

Pos ya más ligeros sin cargar con el equipaje, nuestra primera visita es el Faro de Faravitx. Un enclave precioso en el que merece la pena recrearse un poco. Tras acceder a una cala de la que casi no podemos salir con nuestro pequeño cochecito, llegamos a una zona de aparcamiento. Caminamos un poco y las decenas de hitos en la pequeña playa dotan al paisaje de un aura mágica, el pequeño faro ayuda a crear un ambiente de ensueño y el lago temporal mediterráneo junto con la zona rocosa nos recuerdan a esas imágenes de mundos lejanos que nos enseña Hollywood en sus películas.

Encantados de los que hemos visto ponemos rumbo a la capital insular, Mahón. Tras encontrar un céntrico lugar donde aparcar que no sea de pago, caminamos por sus animadas calles, atravesamos su mercado semanal, miramos las tiendas y la gente, escuchamos los acentos y dialectos y admiramos sus lindas plazas y plazoletas. Llamados por la curiosidad entramos en el Mercado de Mahón, que se erige bajo las arcadas del antiguo claustro de la Iglesia del Carmen, y llamados por el hambre decidimos hacer un alto en un pequeño lugar donde nos trincamos unas hamburguesas con queso de Mahón que quitaban el aliento por lo bueno y lo barato.

Con la panza ya llena damos un paseo por la ciudad, bajamos al puerto, subimos del puerto y tras un café en un local de dudoso…todo, de dudoso todo, y tras babear un poco en el escaparate de una pastelería local al más puro estilo Desayuno con Diamantes (estaba cerrada… Diooos que pastaaaas!) llegamos a nuestro blanquito coche y ponemos rumbo a la zona de las Bini… todo una zona donde las playas y los pueblos son Binialgo. Y en este caso nuestro algo es Binibéquer.

Llegamos a esta aldea de pescadores sin saber muy bien lo que nos vamos a encontrar y lo que allí vemos nos deja sin aliento. Todo un entramado de callejuelas y callecillas, y al decir estos diminutivos no alcanzamos a expresar su estrechez, totalmente anárquicas, deslumbrantemente blancas, encaladas todas ellas de suelo a techo, limpias como hacía tiempo no veía unas calles y encantadoras como pocas cosas hemos visitado. En definitiva, un pueblo lleno de rincones en los que tras girar cada recodo no tienes más remedio que sorprenderte y tirar una foto. Un laberíntico paraíso blanco de tranquilidad que, en el momento menos pensado, se abre generoso a una diminuta cala que brilla al sol de la tarde. Ojipláticos y anonadados por tanto hermoso equilibrio, acertamos a decir que es de los pueblos más hermosos que jamás hemos visitado. Y así, callejeando callejeando, nos acercamos a una especie de patio andaluz, tan blanco como el resto del pueblo, con sus ventanas oscuras, todo un rincón lleno de encanto. Y así de felices por el descubrimiento regresamos a nuestra montura, igual de blanca que el pueblo que abandonamos llenos de satisfacción.

Carretera y manta, y llegamos a Sant Climent, un pueblo que parece no tener nada especial y donde lo que más nos llama la atención es la boda años 20 que se celebra en la Iglesia. El local del Casino del pueblo tiene buena pinta para comer, y de hecho nos lo han recomendado, pero a estas horas lo máximo que podemos admitir es una cola y un alto para decidir nuestro próximo destino: el Talatí de Dalt.

Un alto para comprar provisiones para las próximas cenas y desayunos y tras una agradable ruta que recorre pequeñas carreteras circundadas de muros que parecen formar parte de un curioso escenario, llegamos a lo que creemos que es el Talatí de Dalt y que resulta ser una granja particular, con una piscina abandonada y todo. Temerosos de que salga el señor granjero armado con una recortada y molesto por la invasión territorial tomamos el agreste camino que nos ha llevado hasta allí y por fin, llegamos al recinto del Talatí, un antiguo poblado talayista con una espectacular Taula, construcción única en el mundo puesto que los “talaiots” fueron habitantes de estas islas hace nada más y nada menos que unos 4000 años.

El sol poniéndose confiere al recinto un toque mágico y casi con un silencio reverencial damos la vuelta, observando y sin tocar demasiado, entrando en cuevas funerarias y sorprendiéndonos de los cimientos de las casas, aprendiendo un poco más de esta curiosa civilización.

Satisfechos por el día que hemos pasado ponemos rumbo al hotel y tras saludar a la vecina de dos apartamentos más allá, una pequeña serpiente, llegamos a nuestro apartamento. Una ducha, una cena y una película y …. Zzzzz….zzzz…zzzzz



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