lunes, 27 de enero de 2014

Andeandábamos - Marrakech día 1


 Hola Andarines.
Este 2013 hemos estado un poquito desconectados del blog pero no de los viajes. Aquí os dejo la crónica de nuestro viaje a Marrakech, 4 días descubriendo una ciudad que te hechiza. La ciudad roja...
Llegando a Marrakech - Día 1

Hay cosas que empiezan sin saber muy  bien cómo. Un no sé por aquí, un no sé por allí y de repente te encuentras con un billete de avión en la mano, un hotel reservado en otro continente y un compañero de viaje inusual.
 
Y puestos a no contradecir al destino, no sea que se enfade, anotamos en nuestras agendas, para dentro de muchos meses la palabra Marrakech, en letras rojas bien grandes. Marrakech… esa ciudad que tanta curiosidad me despierta, ese destino que siempre está presente pero lejano. Falta aún tanto que no parece que sea cierto.



Pero sin darnos cuenta, pasamos la página de nuestra agenda y nos lo encontramos de repente ahí. En  menos de dos días nos vamos y ni las maletas ni nosotros estamos listos!!! Pasaporte, transfer, una selección cuidadosa de la ropa, pañuelo, guía, dírhams, chocolate… No ha sido tan grave! Todo está listo a tiempo!



Dejando a nuestras mitades en tierra, mi amigo Mario y yo empezamos nuestra aventura tan ilusionados como asustados. Es la primera vez que viajamos los dos juntos. El miedo al compañero de viaje desconocido y al nuevo país al que nos enfrentamos hace mella en nuestros nervios. Así que montamos al autobús y ponemos rumbo al aeropuerto de Girona como si estuviéramos de excursión del cole. Mientras esperamos para embarcar un café nos hace compañía y, casi antes de que se acabe, montamos en el avión de Ryanair que (con suerte) nos llevará a nuestro destino.





Tras casi tres horas de publicidad continuada y alegres tonadillas que nos hacen saber que hemos aterrizado con vida, digooo… a tiempo, bajamos las escaleras y respiramos el recalentado aire de Marrakech.  En una preciosa sala rellenamos nuestros formularios de desembarco, un sello, un vistazo de la autoridad y el país se abre ante nosotros.



Primer contratiempo: ¿dónde está nuestro transfer?. Decenas de señores con cara de tremenda desidia esperan a la salida de la terminal con carteles, más o menos elaborados, de riads, hoteles y nombres de viajeros. Los revisamos uno a uno, allí, amontonados, mirándonos desde el otro lado de una banda de separación con sus papelicos en la mano y con esos ojos negros diciéndo “cógeme”, teniendo un poco la sensación de ser potentados romanos en busca de un esclavo para nuestra domus. Una vuelta completa y … nada… no está nuestro señor. A lo mejor no lo hemos visto… Otra vuelta… nada… empezamos a ser nosotros el espectáculo del aeropuerto. Miramos entre los que están sentados, los que tienen los carteles boca abajo… nada. ¿Otra vuelta? A lo mejor nos tiran una moneda… Tranquilidad…llamamos al hotel…o no… el roaming se ha vuelto loco. Vaaaale…. ¿Otra vuelta? Casi mejor vamos para la puerta, no sea que esté fuera. La fe mueve montañas pero fuera no había nadie. Empezamos a pensar en buscar un autobús, o coger un taxi por nuestra cuenta cuando, de repente, un señor con dos carteles aparece de la nada como iluminado por la divina providencia! Nuestro transfer!!! Las cosas se van solucionando y al salir del aeropuerto los colores del cielo nos asombran. Toda una paleta de azules, rojos y púrpuras sobre la ciudad rojiza, las palmeras se recortan sobre el cielo, mujeres con velo, familias enteras aupadas en desvencijadas motocicletas, carros con burros, un tráfico deliciosamente caótico… bienvenidos a Marrakech.



Nuestro coche se escabulle por los callejones entre carromatos llenos de fruta, autobuses destartalados y peatones osados y cuando parece que estamos en medio del caos se para. Hemos llegado. En un pequeño callejón custodiado por los vendedores de hachís está la entrada a nuestro Riad. Un establecimiento sencillo, limpio y con una amable recepción. Llegamos hasta nuestra habitación-jaima situada en la terraza y, a pesar de la falta de intimidad en cuestiones de higiene, la cama desnivelada y la falta de enchufes, el lugar nos parece encantador. Un té más tarde, con el plano en la mano y la  noche ya envolviéndonos, el hambre nos hace abandonar la seguridad de nuestro tapizado alojamiento y nos lanzamos a la noche de Marrakech, esperando no perdernos en el diabólico entramado de calles que nos rodean y con cierto temor a causa de las advertencias sobre robos que hemos leído en mil y un blogs. 




Sin embargo, paseando entre los restos del mercado, serpenteando por las calles oscuras donde sólo ves hombres paseando y gatos gateando, nos encontramos extrañamente tranquilos. En 20 minutos, que se nos hacen un suspiro, empezamos a ver bullicio y se yergue ante nosotros, orgulloso, el iluminado alminar de la Koutoubia, la principal mezquita de la ciudad. El trasiego de gente ya nos señala cual es nuestro camino y en seguida nos adentramos en la enorme plaza Djemma el Fna. ¿Cómo describirla? Una enorme plaza que parece hervir de vida. Gente que va y viene, coches, carros de caballos, bicicletas y motos comparten espacio. No es de extrañar que sea patrimonio inmaterial de la Unesco: Cuentacuentos rodeados de montones de gente que beben de sus palabras como de la fuente de la sabiduría, bereberes bailando al ritmo de sus tambores, adivinas sentaditas en sus taburetes,  señores que pasean monos, aguadores vestidos con trajes extravagantes de los que cuelgan decenas de vasos dorados, acróbatas…. Mil olores te inundan, procedentes de los incontables puestos de comida que todas las noches inundan la plaza mientras el humo de las brasas llena el ambiente de una neblina deliciosamente olorosa y mil voces te llaman a la vez para intentar convencerte de que pruebes tal o tal manjar. Y al fondo las mil luces de los zocos iluminan mil maravillas, como si de la cueva de Alí Babá se tratase.




Un poco abrumados por todo lo que nos rodea, los pensamientos nos van a mil por hora y las palabras se nos atascan en la garganta en un esfuerzo por asimilar todo lo que vemos. En un arrebato de sensatez hacemos caso a nuestra guía y nos dirigimos a un restaurante que está situado en un lateral de la plaza. Nos aposentamos en la terraza desde la que controlamos el bullicio y pedimos las especialidades del local: cous cous de vegetales y carne y un tajin de pollo y limón. Qué bueno todo y…aunque parecía poco…qué montón de comida!!! Hambrientos de nuevos sabores devoramos nuestros exóticos platos a la par que espantamos al precioso gato que merodea entre las mesas (ingenuos… un alérgico a la fruta y una alérgica a los gatos en semejante lugar….hemos ido burlando a la muerte todo el viaje). ¿Y los precios qué tal? Por menos de 13 euros cenamos los dos, en un restaurante comme il faut, en tol medio del meollo turístico de la ciudad. Así que…¿qué más podemos pedir?



Totalmente satisfechos con todo atravesamos de nuevo las calles oscuras rumbo al hotel, como si lo hiciéramos todos los días, mirando de reojo todo lo que nos rodea, empapándonos de la vida nocturna de la Medina de Marrakech aún creyendo que, realmente, no estamos aquí…


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