Marrakech Día 3 – La magia
de Marrakech
Nos levantamos el tercer día
ansiosos por ver lo que nos depara la Ciudad que nos está enamorando. Decidimos pasar la mañana
deambulando, descubriendo sus callejas, perdiéndonos entre la multitud y perder
la noción del tiempo en los zocos.
Y ahí nos lanzamos. Es
imposible no quedarse ensimismado en el torbellino de colores de los puestos,
de las especias y las ropas. Cada vez los turistas son más escasos y la ciudad
más auténtica.
Hacemos un alto para comprar
un buñuelo recién hecho que un señor prepara encaramado en un puesto callejero
que no es más que un hueco en una pared. Delicioso, el señor a quien se lo
compramos nos hace esperar para darnos uno recién hecho, lo baña en azúcar y
nos lo da con una sonrisa mientras nosotros nos sentimos culpables por el
precio que nos pide… 1 Dirham… unos 0,09 euros… ni 10 céntimos de euro… Cosas
como esta son las que le abren a uno los ojos sobre el nivel de vida de una
ciudad como Marrakech y cómo el turista que no se mezcla con la población ni
sale de los circuitos turísticos es incapaz de ver la realidad que le rodea.
Con el alma un poco más
triste seguimos paseando, sorteando motos, carros tirados por borriquillos,
bicicletas (Marrrrriooo!), entrando y saliendo de calles y atravesando plazas.
Llegamos de nuevo a la plaza donde ayer nos hicieron la pintura de henna y,
ahora sí, entramos a tomar ese té que nos quedó pendiente. En un coqueto local
de 3 plantas nos subimos a la segunda y nos aposentamos al lado de una ventana
desde la que disfrutamos de una preciosa vista de toda la plaza que, a esta
hora, está tomada por un mercado. Trilladoras de especias, vendedoras de
sombreros, pintadoras de henna…. Un maremágnum de actividades que nunca paran
bajo un sol brillante. La diversidad nos llena de curiosidad, las mujeres
visten diferentes tipos de velo, los hombres diferentes tipos de chilabas…
podríamos estar una vida asomados a esta ventana. Pero llega el delicioso té
con menta traído por un camarero que… sale en nuestra guía! Así que cuales
frikis pedimos hacernos una foto con el famoso camarero que sale en la guía de
viaje! Este chico ya tendrá algo para contar a su familia cuando llegue a casa…
“estaba yo tranquilamente trabajando cuando dos guiris superbizarros se
quisieron hacer una foto conmigo”. A todo esto un fotógrafo que nos ve y nos
empieza a hablar de que quiere organizar viajes de fotografía a diferentes
países y tal y cual.. vamos… que ha llegado el momento de irnos.
De nuevo aconsejados por
nuestra guía de viaje elegimos un restaurante con una preciosa terraza. Pedimos
un cous cous delicioso regado con un vaso de té a la menta (con mucha
menta…vamos…un ramo entero de hojas de menta!) y de postre un riquísimo yogurt
casero totalmente recomendable. Nos dejamos llevar por los cantos de las mezquitas
que inundan la ciudad. Pocos sonidos hay más hermosos que el cántico conjunto,
acompasado y lento de las mezquitas, una especie de canción que te transporta y
te incita al silencio y que cae sobre los herrumbrosos tejados de la ciudad
inundando las calles de calma.
Reticentes a abandonar
nuestra atalaya descendemos al mundo terrenal y volvemos a perdernos en las
calles ahora sí, con un rumbo fijo. Vamos a la mezquita de Ben Youseff, a la
Madraza y a la Cúpula Almorávide y al Museo de Marrakech puesto que todo está
junto.
La Mezquita de Ben Youssef
es un bonito edificio pero, como en toda la ciudad, los turistas no pueden
acceder a su interior. Así que le damos una vuelta para verla bien y nos
dirigimos al siguiente punto, La Madraza.
Como todos los edificios
históricos de Marrakech está invadido por el silencio y una tranquilidad que
parecen imposible en comparación con el barullo callejero. La Madraza es un
edificio, sin lugar a dudas, espectacular, joya de la arquitectura
árabe-andalusí. Construida a mediados del s. XVI sobre una antigua escuela fue
centro de enseñanza hasta mediados del s. XX cuando se abrió al público. El
impresionante patio central es fabuloso y el entramado de pasillos y
habitaciones donde dormían estudiantes y profesores te hace imaginar la vida que
llevaban allí dentro los afortunados que podían llegar a estudiar en la
Medersa.
Salimos fascinados y nos
acercamos a la Cúpula Morávide, que, no hay que engañarse, es una bonita torre
rodeada de un pequeño recinto en ruinas y no en muy buen estado de conservación,
así que después de la maravilla que acabamos de visitar no nos sorprende
demasiado.
Así que vamos al Museo de
Marrakech que es totalmente recomendable. La sala principal coronada por una
gigantesca lámpara metálica hace que quieras quedarte allí durante horas. El delicado
trabajo del mosaico que viste el suelo rivaliza con la belleza de sus techos. En
silencio, sin apenas gente a nuestro alrededor, podemos disfrutar del frescos magnífico
edificio que tanto contrasta con el tórrido Marrakech que hay más allá de sus
muros.
Con las visitas ya en
nuestros bolsillos decidimos tomar un refresco en el bar del Museo de Marrakech para preparar lo
que nos queda de tarde. Sentados en una coqueta mesa, con una Coca Cola bien
fría y una brisa suave acariciándonos el rostro parece que no nos haga falta
más. De repente mi compañero da un salto espectacular, las botellas de vidrio
caen sobre la mesa de cristal, todo el mundo nos mira… una avispa marraquechí es la que nos anima a
beber nuestras bebidas de un trago y a continuar usando los pies hasta la hora
de la cena.
Andamos por las callejas
donde los turistas son seres extraños, carros de frutas, escombros, niños
descalzos corriendo sobre un suelo que a nosotros se nos antojaba lleno de
peligros. Alguien se ofrece a llevarnos a una bonita sinagoga. No gracias! No
dinero! Y así, entre niños corriendo que te miran con curiosidad no llevan a
una pequeña sinagoga totalmente desconocida para el turista de a pie.
Cuando conseguimos salir de
ese laberinto de callejones sin señalización llegamos de nuevo a los zocos. En esta
ciudad parece que todos los caminos desembocan en los enormes zocos que te
acaban llevando al corazón de Marrakech. Nos acordamos de la botella de vino
que compramos y decidimos parar para comprar unas aceitunas para acompañarlo
(en caso de que lo podamos abrir… claro…). Sin palabras nos quedamos ante la
variedad de aceitunas y lo buenas que estaban todas! Nos habríamos llevado todo
el puesto!! Tras escoger dos o tres tipos para probar decidimos hacer lo que, como
buenos guiris, nos falta hacer: ver el atardecer sentados en una terraza de la
plaza Djemma el Fna mientras tomamos un (otro) té. Así que allí vamos,
intentado adivinar cuales de las terrazas tendrá mejor panorámica sobre la
plaza. La verdad, no sé si escogimos la mejor o no, pero el momento fue mágico.
El aroma del té va envolviéndote. La plaza hierve de actividad y, poco a poco,
la luz va cambiando. El brillante sol africano va apagándose y el cielo se va
tornando dorado, luego rojo intenso y después púrpura en un abanico de colores
tan intensos que es imposible apartar la vista del cielo. La oscuridad se va
adueñando poco a poco de todo y cientos de estrellas rivalizan con las intensas
luces que los puestos callejeros de la plaza han ido encendido.
Encantados con el
espectáculo que la naturaleza nos ha brindado bajamos a unirnos a los cientos
de personas que van y vienen entre los olores que tanto echaremos en falta
cuando nos vayamos. Esta noche dedicimos probar algo nuevo y diferente que nos
llamó la atención en la noche anterior. Nos dirigimos a unos pequeños puestos
metálicos, con una serie de bancos dispuestos a su alrededor, donde sirven
cabeza de oveja hervida y servida con especias y pan. Puedes escoger media
cabeza o una entera. El curtido vendedor saca una cabeza de una olla gigante
(mejor no saber qué hay dentro) y con la habilidad que da la práctica, en menos
de un segundo parte la cabeza en dos, separa la carne del hueso, la trocea y
nos la pone en sendos platos ante nosotros. La verdad es que huele bien y sabe
mejor! Con las manos, un pellizco de pan y un pellizco de carne y nos vamos
llenando. La lástima es que se enfría enseguida. Pedimos permiso para hacer una
foto al puesto (la educación ante todo, que somos de culturas diferentes y
puede que ofendamos) y no sólo nos lo dan, sino que nos piden la cámara, nos
meten dentro del puesto y allí nos hacemos la foto con los cocineros simulando
que nos alimentan a cucharadas! Totalmente recomendable.
Pensando en que mañana ya
volvemos a España queremos alargar un poco nuestra estancia y hacemos un alto
en la terraza de un local con vistas a la Koutoubia para tomar un café con
leche. Parece mentira cómo el tráfico infernal que nos rodea nos resulta
indiferente, no consigue crispar nuestros nervios. En Barcelona estaríamos
atacados pero aquí todo es diferente.
Disfrutamos
tranquilamente de este nuestro último paseo nocturno hasta el hotel, haciendo
mentalmente resumen de todo lo que hemos visto pero resistiéndonos a dejar
todavía esta ciudad. Vamos maquinando cómo abrir el vino y, cuando llegamos al
hotel, hacemos una “extraña petición” a la chica que se encarga de los
huéspedes y que totalmente encantada nos sube a la habitación una bandeja con 2
copas y un sacacorchos. Así que al fin abrimos la botella de vino Gris de
Marrakech, ponemos las bolsa de aceitunas sobre la mesa, y entre copa y copa
vamos recordando anécdotas de este viaje y de otros.
A medida que el vino se va acabando el cansancio se abre paso y el sueño hace que nos arrastremos a la cama, con el corazón un poquito encogido porque mañana ya, nos vamos para casa.
A medida que el vino se va acabando el cansancio se abre paso y el sueño hace que nos arrastremos a la cama, con el corazón un poquito encogido porque mañana ya, nos vamos para casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario