lunes, 27 de enero de 2014

Andeandábamos - Marrakech día 3

Marrakech Día 3 – La magia de Marrakech
Nos levantamos el tercer día ansiosos por ver lo que nos depara la Ciudad que nos está enamorando. Decidimos pasar la mañana deambulando, descubriendo sus callejas, perdiéndonos entre la multitud y perder la noción del tiempo en los zocos. 


Y ahí nos lanzamos. Es imposible no quedarse ensimismado en el torbellino de colores de los puestos, de las especias y las ropas. Cada vez los turistas son más escasos y la ciudad más auténtica.


Hacemos un alto para comprar un buñuelo recién hecho que un señor prepara encaramado en un puesto callejero que no es más que un hueco en una pared. Delicioso, el señor a quien se lo compramos nos hace esperar para darnos uno recién hecho, lo baña en azúcar y nos lo da con una sonrisa mientras nosotros nos sentimos culpables por el precio que nos pide… 1 Dirham… unos 0,09 euros… ni 10 céntimos de euro… Cosas como esta son las que le abren a uno los ojos sobre el nivel de vida de una ciudad como Marrakech y cómo el turista que no se mezcla con la población ni sale de los circuitos turísticos es incapaz de ver la realidad que le rodea. 



Con el alma un poco más triste seguimos paseando, sorteando motos, carros tirados por borriquillos, bicicletas (Marrrrriooo!), entrando y saliendo de calles y atravesando plazas. Llegamos de nuevo a la plaza donde ayer nos hicieron la pintura de henna y, ahora sí, entramos a tomar ese té que nos quedó pendiente. En un coqueto local de 3 plantas nos subimos a la segunda y nos aposentamos al lado de una ventana desde la que disfrutamos de una preciosa vista de toda la plaza que, a esta hora, está tomada por un mercado. Trilladoras de especias, vendedoras de sombreros, pintadoras de henna…. Un maremágnum de actividades que nunca paran bajo un sol brillante. La diversidad nos llena de curiosidad, las mujeres visten diferentes tipos de velo, los hombres diferentes tipos de chilabas… podríamos estar una vida asomados a esta ventana. Pero llega el delicioso té con menta traído por un camarero que… sale en nuestra guía! Así que cuales frikis pedimos hacernos una foto con el famoso camarero que sale en la guía de viaje! Este chico ya tendrá algo para contar a su familia cuando llegue a casa… “estaba yo tranquilamente trabajando cuando dos guiris superbizarros se quisieron hacer una foto conmigo”. A todo esto un fotógrafo que nos ve y nos empieza a hablar de que quiere organizar viajes de fotografía a diferentes países y tal y cual.. vamos… que ha llegado el momento de irnos.



De nuevo aconsejados por nuestra guía de viaje elegimos un restaurante con una preciosa terraza. Pedimos un cous cous delicioso regado con un vaso de té a la menta (con mucha menta…vamos…un ramo entero de hojas de menta!) y de postre un riquísimo yogurt casero totalmente recomendable. Nos dejamos llevar por los cantos de las mezquitas que inundan la ciudad. Pocos sonidos hay más hermosos que el cántico conjunto, acompasado y lento de las mezquitas, una especie de canción que te transporta y te incita al silencio y que cae sobre los herrumbrosos tejados de la ciudad inundando las calles de calma.



Reticentes a abandonar nuestra atalaya descendemos al mundo terrenal y volvemos a perdernos en las calles ahora sí, con un rumbo fijo. Vamos a la mezquita de Ben Youseff, a la Madraza y a la Cúpula Almorávide y al Museo de Marrakech puesto que todo está junto.
 
La Mezquita de Ben Youssef es un bonito edificio pero, como en toda la ciudad, los turistas no pueden acceder a su interior. Así que le damos una vuelta para verla bien y nos dirigimos al siguiente punto, La Madraza. 


Como todos los edificios históricos de Marrakech está invadido por el silencio y una tranquilidad que parecen imposible en comparación con el barullo callejero. La Madraza es un edificio, sin lugar a dudas, espectacular, joya de la arquitectura árabe-andalusí. Construida a mediados del s. XVI sobre una antigua escuela fue centro de enseñanza hasta mediados del s. XX cuando se abrió al público. El impresionante patio central es fabuloso y el entramado de pasillos y habitaciones donde dormían estudiantes y profesores te hace imaginar la vida que llevaban allí dentro los afortunados que podían llegar a estudiar en la Medersa.


Salimos fascinados y nos acercamos a la Cúpula Morávide, que, no hay que engañarse, es una bonita torre rodeada de un pequeño recinto en ruinas y no en muy buen estado de conservación, así que después de la maravilla que acabamos de visitar no nos sorprende demasiado.

Así que vamos al Museo de Marrakech que es totalmente recomendable. La sala principal coronada por una gigantesca lámpara metálica hace que quieras quedarte allí durante horas. El delicado trabajo del mosaico que viste el suelo rivaliza con la belleza de sus techos. En silencio, sin apenas gente a nuestro alrededor, podemos disfrutar del frescos magnífico edificio que tanto contrasta con el tórrido Marrakech que hay más allá de sus muros.


Con las visitas ya en nuestros bolsillos decidimos tomar un refresco en el  bar del Museo de Marrakech para preparar lo que nos queda de tarde. Sentados en una coqueta mesa, con una Coca Cola bien fría y una brisa suave acariciándonos el rostro parece que no nos haga falta más. De repente mi compañero da un salto espectacular, las botellas de vidrio caen sobre la mesa de cristal, todo el mundo nos mira…  una avispa marraquechí es la que nos anima a beber nuestras bebidas de un trago y a continuar usando los pies hasta la hora de la cena.

Andamos por las callejas donde los turistas son seres extraños, carros de frutas, escombros, niños descalzos corriendo sobre un suelo que a nosotros se nos antojaba lleno de peligros. Alguien se ofrece a llevarnos a una bonita sinagoga. No gracias! No dinero! Y así, entre niños corriendo que te miran con curiosidad no llevan a una pequeña sinagoga totalmente desconocida para el turista de a pie.

Cuando conseguimos salir de ese laberinto de callejones sin señalización llegamos de nuevo a los zocos. En esta ciudad parece que todos los caminos desembocan en los enormes zocos que te acaban llevando al corazón de Marrakech. Nos acordamos de la botella de vino que compramos y decidimos parar para comprar unas aceitunas para acompañarlo (en caso de que lo podamos abrir… claro…). Sin palabras nos quedamos ante la variedad de aceitunas y lo buenas que estaban todas! Nos habríamos llevado todo el puesto!! Tras escoger dos o tres tipos para probar decidimos hacer lo que, como buenos guiris, nos falta hacer: ver el atardecer sentados en una terraza de la plaza Djemma el Fna mientras tomamos un (otro) té. Así que allí vamos, intentado adivinar cuales de las terrazas tendrá mejor panorámica sobre la plaza. La verdad, no sé si escogimos la mejor o no, pero el momento fue mágico. El aroma del té va envolviéndote. La plaza hierve de actividad y, poco a poco, la luz va cambiando. El brillante sol africano va apagándose y el cielo se va tornando dorado, luego rojo intenso y después púrpura en un abanico de colores tan intensos que es imposible apartar la vista del cielo. La oscuridad se va adueñando poco a poco de todo y cientos de estrellas rivalizan con las intensas luces que los puestos callejeros de la plaza han ido encendido.


Encantados con el espectáculo que la naturaleza nos ha brindado bajamos a unirnos a los cientos de personas que van y vienen entre los olores que tanto echaremos en falta cuando nos vayamos. Esta noche dedicimos probar algo nuevo y diferente que nos llamó la atención en la noche anterior. Nos dirigimos a unos pequeños puestos metálicos, con una serie de bancos dispuestos a su alrededor, donde sirven cabeza de oveja hervida y servida con especias y pan. Puedes escoger media cabeza o una entera. El curtido vendedor saca una cabeza de una olla gigante (mejor no saber qué hay dentro) y con la habilidad que da la práctica, en menos de un segundo parte la cabeza en dos, separa la carne del hueso, la trocea y nos la pone en sendos platos ante nosotros. La verdad es que huele bien y sabe mejor! Con las manos, un pellizco de pan y un pellizco de carne y nos vamos llenando. La lástima es que se enfría enseguida. Pedimos permiso para hacer una foto al puesto (la educación ante todo, que somos de culturas diferentes y puede que ofendamos) y no sólo nos lo dan, sino que nos piden la cámara, nos meten dentro del puesto y allí nos hacemos la foto con los cocineros simulando que nos alimentan a cucharadas! Totalmente recomendable.




Pensando en que mañana ya volvemos a España queremos alargar un poco nuestra estancia y hacemos un alto en la terraza de un local con vistas a la Koutoubia para tomar un café con leche. Parece mentira cómo el tráfico infernal que nos rodea nos resulta indiferente, no consigue crispar nuestros nervios. En Barcelona estaríamos atacados pero aquí todo es diferente. 


Disfrutamos tranquilamente de este nuestro último paseo nocturno hasta el hotel, haciendo mentalmente resumen de todo lo que hemos visto pero resistiéndonos a dejar todavía esta ciudad. Vamos maquinando cómo abrir el vino y, cuando llegamos al hotel, hacemos una “extraña petición” a la chica que se encarga de los huéspedes y que totalmente encantada nos sube a la habitación una bandeja con 2 copas y un sacacorchos. Así que al fin abrimos la botella de vino Gris de Marrakech, ponemos las bolsa de aceitunas sobre la mesa, y entre copa y copa vamos recordando anécdotas de este viaje y de otros.

A medida que el vino se va acabando el cansancio se abre paso y el sueño hace que nos arrastremos a la cama, con el corazón un poquito encogido porque mañana ya, nos vamos para casa.


No hay comentarios: