martes, 31 de mayo de 2011

Dominguereces y cestas de picnic - El Molí dels Murris

Buenas a todos!

Aunque lo que de verdad nos gusta es coger el coche, la carretera y la manta y comer kilómetros hasta más no poder, tenemos que ser realistas. Sólo podemos hacerlo contadas veces al año. Así que vamos a retomar el mítico y típico tópico del dominguero español, que va nevera en mano y bocata en cesta recorriendo campos y campillos en busca de un pino que le de sombra y de un poco de desconexión del mundanal mundo. Y, como todo buen hijo de vecino, nosotros también necesitamos huir de la ciudad, aunque sean una horas, y buscar refugio, silencio y tranquilidad donde nuestras ganas de matar a alguien en el metro se evaporen. Y queremos contaros esas pequeñas escapadas que hacemos de vez en cuando y que esperemos que cada vez sean más (normalmente por Cataluña, no nos vamos a engañar, que cambiar de comunidad autónoma ya no es una dominguerez).

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana... digooo, en un fin de semana que pasamos en Olot, descubrimos un pequeño rincón paradisíaco, al más puro estilo La Laguna Azul. La pena fue no poder pararnos y, este último fin de semana hemos decidido resarcirnos y lanzarnos a la búsqueda de ese oasis... y lo reencontramos!

Hablamos del Molí dels Murris, en la región de la Garrotxa, a un par de horas de Barcelona. Recomendado 100% para pasar una mañana tranquilos. Supongo que en verano habrá más gente, pero será mejor para bañarse.
Nos levantamos temprano, preparamos nuestro picnic, nos ponemos los bañadores, a llenar el coche de gente y a la autopista!
Con el ánimo un poco bajo entre "ya verás como nos llueva" y "no sé para que me he puesto el bañador", pasamos de la autopista a una carretera y de la carretera a una carreterita y ... Aish! Qué nos pasamos!

Dejamos el coche en un (mini)descampado y seguimos las flechaS, cruzamos un puente, mira una mariposa, pues parece que sale el sol, ¿está muy lejos? y de repente un... Oh!

La cascada y la pequeña laguna que se abre paso entre los árboles. Lástima que este invierno se ha desprendido un trozo de la roca de la cascada y ha perdido un poco en belleza, pero igualmente sigue siendo un lugar increible.

Plantificamos nuestras toallas en el murete de piedra y nuestros panderos en las toallas, un poco parados por la humedad... hasta que el sol hace su aparición y empieza a achicharrarnos poco a poco... qué gozada.

Sacamos nuestra cesta de picnic y nuestro mantel a cuadros, fresas, cerezas, manzanas y peras, quesos, tomatitos, los bocatas, la navaja suiza y la Coca-cola y somos la envidia de todos los que van bajando para ver la cascada.

Una vez en soledad, en silencio, el sonido de la cascada nos invade el alma. El agua cae, con violencia, y su espuma levanta pequeñas gotas que vuelan hacia nosotros, que dormitamos bajo el sol, para refrescarnos con su tacto. Por encima del ruido del agua, los pájaros, y por encima de ellos, nada, el silencio, el cielo azul, las libélulas doradas, el ruido de las hojas de los árboles y los pétalos que caen. Qué bonito. Qué tranquilidad.

Tras un momento en que creíamos que alcanzaríamos el Nirvana, un señor que apareció de la nada, se dió un chapuzón y se fue. Le miramos con envidia, ya que ninguno se ha atrevido a meterse en el agua y todos nos morimos de ganas. Seremos pardillos...

Con toda la lástima de nuestro corazón, se hace la hora de marchar. Recogemos nuestros bártulos, nos aseguramos que no dejamos rastro de nuestra presencia y, prometiendo regresar, dejamos un poquito de nuestro estrés enredado en el agua de la cascada.

GPS: Coordenades lat, lon (WGS84): 42,073021, 2,542542

En la Carretera que va de les Planes d'Hostoles a Cogolls, trobareu un petit descampat per deixar el cotxe a mà dreta.

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