viernes, 10 de agosto de 2012

Día 3 - de León a Perlora, ciudad de vacaciones…

Buenos días!! De buena mañana… vale… son casi las 10, estamos muy señores este viaje, o muy agotados… vamos, que en un momento indeterminado de la mañana abandonamos el León que tanto nos ha gustado para adentrarnos en tierras asturianas, y chino chano autovía adelante llegamos a Oviedo.

 Nos encontramos con una ciudad elegante, al estilo de las pequeñas capitales, en la que te vas encontrando estatuas en cada rincón, entre ellas la más conocida es la de Woody Allen. Una curiosa plaza dentro de un edificio es lo que más nos ha llamado la atención de Oviedo, la calle de las sidrerías y una fuente que es patrimonio y que no suele estar dentro de los circuitos turísticos es el recuerdo que nos llevamos de esta ciudad. En definitiva y en resumen, que siendo bonita, no es espectacular.

Así que sin más dilación decidimos ubicar nuestro próximo hotel, que se encuentra en el Cabo de Peñas. Y allá vamos, por unas carreteras estrechas, hasta que llegamos a un pueblo que diríase perdido en medio de la nada. Un gran hotel, de aquellos que tienen un aire a los grandes hoteles de los 60 nos da la bienvenida en medio de los praos asturianos. Unas cuantas palabras con el simpático personal y decidimos arriesgarnos en medio de este páramo a encontrar algún sitio para comer.

 Y cual es nuestra sorpresa que encontramos un pequeño local cerca del hotel, con menú diario a 9 euros y productos de la zona (fabes y… un pescado que no recuerdo que se parecía al boquerón) y con un gran ventanal que mira al mar. Qué más podemos pedir! Con la panza ya llena volvemos a seguir camino y … ahora sí que flipamos, nosotros que nos creíamos aislados del mundo moderno resulta que estamos ubicados en medio de una zona ultraturística, justo al lado de Perlora Ciudad de Vacaciones y casi sin darnos cuenta estamos metidos en medio de un pueblo lleno hasta la bandera de restaurantes, locales, bares y sidrerías… increíble…

En medio de este desconcierto llegamos a Luanco, que se prometía un bonito pueblo costero y que a nuestro entender se quedó simplemente en pueblo costero. Un pelín decepcionados, ponemos rumbo al Cabo de Peñas, al faro.

El camino hasta allá nos deja unas vistas y paisajes increíbles y una vez allí, pasados los krakens, tiburones y gatos, el paisaje nos deja sin aliento. Qué acantilados más impresionantes. Un manto de color verde y morado se extiende sobre la tierra hasta que ésta cae a plomo sobre un mar furioso que torna su azul profundo en un azul zafiro. El sonido hipnótico del mar rompiendo contra las olas, las gaviotas en su eterna risa socarrona, la luz que baña el agua… todo se diría puesto allí a propósito, sin otra intención que maravillarnos. Y así, anonadados, aún con la brisa del mar enredada en nuestros cabellos y en nuestra alma, atravesando prados de un verde inconcebible, llegamos a Avilés.

 Avilés, otra ciudad de la que no sabíamos qué esperar y que superó con creces nuestras expectativas. Un ambiente alegre, la gente abarrotando las calles de la pequeña ciudad, señoras que te paran para indicarte que los parques no son sólo parques y una atención turística alegre por llamar huevo a lo que lo parece… No sé sabe bien qué tiene esta ciudad empedrada, si son sus edificios con soportales, su porte elegante o su aire de pueblo, que te enamoran. Y así, soñadores, se nos hace la hora de cenar y más por casualidad que por otra cosa damos con un local de tostas y pinchos, donde nos ponemos hasta arriba de pinchos a 1,50… pero pinchos que… vamos… para qué hablar… 3 para cada uno y ya no podíamos más!!

 Con la panza satisfecha, el corazón satisfecho y el cuerpo agotado, volvemos a nuestro hotel, y después de que el tonto sufriera un colapso y nos tuviera 5 minutos dando vueltas en redondo, llegamos a El Carmen deseando, más que nunca, pillar la cama…

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