lunes, 13 de agosto de 2012

Día 5 - La senda del oso - Pueblines - Valdediós - Candás

Puff… cómo cuesta levantarse por las mañanas… No sé si es que nos estamos haciendo mayores o que el cansancio del año pasa factura pero se nos pegan las sábanas… Hoy tenemos nuestro récord de hora en abandonar el hotel…las 9,30 de la mañana! Todo un logro!!

Animándonos a nosotros mismos empezamos el día decididos a disfrutar de la montaña puesto que vamos hacía la Ruta del Oso, en Proaza, para poder ver a las dos osas pardas que hay en Asturias, Paca y Tola.

Tras unas carreteras sinuosas llegamos a nuestro destino, y en el centro de interpretación nos facilitan las rutas, nos indican un parte corta, sencilla y bonita que podemos realizar desde el cercado de las osas y nos confirman que a nuestras peludas amigas les dan de comer a las 12. Así que como tenemos tiempo iniciamos la ruta de 4 km ida y vuelta que nos indicaron y comenzamos nuestro periplo senderista… Tras unos 3km sólo de ida empezamos a arrepentirnos de no haber alquilado unas bicis y comenzamos a mirar el reloj. El sendero, bueno, está bien, pero no parece muy… ¿una central eléctrica? Aquí nos damos cuenta que la parte bonita que nos habían indicado aún no ha comenzado, Paca y Tola van a comer y el sol cae de justicia sobre nuestras cabezas. Así que comprobando que aún estamos a la altura del pueblo, damos marcha atrás para ver como dan de comer a nuestras amigas.

Para nuestra sorpresa las acompaña Furacu, un precioso oso que traen del Parque de Cabárceno en Cantabria para que les haga “compañía” en determinadas épocas de año. Decenas de personas asomadas a la valla esperan que los osos sufran un arrebato de locura mientras su cuidador les vacía delante bolsas de fruta y pan, pero eso no pasa, y tras el baño de Furacu todo el mundo continúa su camino. Unos de vuelta, otros de ida.

Nosotros volvemos al coche, avanzamos cómodamente el camino que nos había llevado 1 hora bajo el sol y en parking de la central eléctrica dejamos a nuestro corcel para continuar la ruta hacía una zona de túneles. A partir de aquí el sendero se vuelve más bonito, con el río al lado, los árboles que forman un techo nos protegen de las inclemencias del sol, y tras otros tantos kilómetros de ida esquivando bicis y hasta algún coche decidimos dar por finalizada la ruta. El gran problema que le vemos es que la ruta no es circular y tener que desandar lo andado es un poco rollo, pero bromeando pronto llegamos al pueblo y buscamos un sitio donde reponer fuerzas.

Tras una olla de lentejas nos metemos en el coche y serpenteamos durante kilómetros para visitar dos pueblos recomendados por el señor de turismo: Bandujo, pueblo medieval de montaña asturiana (que aún estamos pensando si merece la pena o no) y Bermiego, lleno de hórreos de los de verdad y de mariposas por doquier (éste si merece la pena). ¡En estos pueblos no esperéis encontrar nada turístico porque no lo hay! Y preparaos, porque hay curvas…muchas curvas.

Tras colocar el estómago en su sitio y por carreteras un poco menos sinuosas, llegamos a Valdediós, donde está el Conventín de San Salvador, Patrimonio Mundial. Este conventín es del siglo IX por lo que su importancia y antigüedad son remarcables. El curioso guía nos obsequió con una hora de visita, con toda suerte de explicaciones, que nos hicieron permanecer con la boca abierta (a veces de incomprensión y a veces de admiración). La lástima es que no pudiéramos visitar el monasterio colindante debido a una boda más larga que un día sin pan, pero desde luego la visita al pequeño conventín mereció la pena.

Cansados … no… agotados por los casi 10km andados durante la mañana y por las carreteras de curvas, volvemos al hotel, y tras dejar descansar al coche damos un paseo hasta el pueblo de Candás, a unos escasos 10 minutos, para cenar algo.

Al llegar encontramos una pequeña ciudad costera, sede de antiguas conserveras de pescados y marisco de las que apenas quedan vestigios (aquí estaba la conservera Albo, por ejemplo), y que rebosa vida por los cuatro costados! Escogemos una sidrería entre tantas y … puff… gran puntería. Unas patatas al cabrales que quitan el sentido, una sarten de patatas, huevos y chipirones que te nublan la razón y un par de botellinas de sidrina que pa’ que más. La simpatiquísima camarera te escanciaba ella la sidra (estábamos dentro del restaurante, no en la terraza, así que podríais imaginar el desastre si todo el mundo se encanciara su sidra), y cada vez que pasaba por nuestra mesa nos miraba, reía y decía… ¿un culín? Pos claro que sí, y desde alturas de vértigo veíamos la sidrina caer eficazmente en el borde del vaso, romper, y pa dentro, del tirón! Que no puede reposar… Qué misterio, esto de la sidra.

Y tras una carrerita de nuevo al bar, un helado y un paseo la cama nos espera ansiosa…

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