Esta noche la pasamos un poco mejor y aunque apenas había ruido, las barras de la litera se clavaban en la riñonada en cuanto se chafaba el colchón y la litera de arriba se inclinaba, así que el terror a dormirme y que en medio de la noche la litera cediera y matara al que dormía abajo se apoderó de mí y me mantuvo en una especie de duermevela toda la noche y pegada a la pared (donde estaban los anclajes) como una garrapata.


Salimos de nuevo a la nieve y ponemos rumbo al Museo Vasa para ver el impresionante barco de guerra del siglo XVII que se hundió frente a la costa de Estocolmo nada más salir del puerto. La verdad es que es espectacular y bien merece una tranquila visita. (http://www.vasamuseet.se/sv/
Un buen paseo más tarde llegamos al Gamla Stan y aprovechamos para deambular un poco antes de que cierren las tiendas. El encantador dueño de una tienda nos invita a galletas de jengibre y glüghwein antes de cerrar su local (la verdad…uno de los mejores vinos calientes que he probado nunca!) y buscamos un lugar para cenar algo en nuestra última noche de viaje. Damos con un sitio que nos venía recomendado, un local donde cenar algo informal, quiches, ensaladas, etc... y unas deliciosas tartas de postre. El lugar es encantador, una especie de sótano con una escalera secreta escondida en la chimenea. Una horda de guiris italianos invade la tranquilidad del bar mientras damos buena cuenta de nuestros platos. Caminamos por la noche nevada disfrutando del silencio y del frío. Y esperamos esta noche poder descansar… (http://www.tripadvisor.es/
Al despertar el último día la ciudad parecía otra. Durante ese fin de semana apenas hemos visto gente en la calle pero hoy era día de diario y al salir del hotel había gente por doquier. Iniciamos nuestro paseo por la zona menos “chic” de la ciudad, el barrio de Södermalm. Subimos andando hacía un mirador desde donde se ven varias de las islas, entre ellas la que tiene el parque de atracciones. La nieve de los días anteriores se ha convertido en hielo y el simple hecho de caminar es un riesgo! Pasemos por antiguas calles y nos aventuramos a cruzar un sendero que, según nuestra guía, tiene mucho encanto y unas preciosas vistas. Lo que la guía no especifica es que el estrecho sendero que va junto al acantilado parece una pista de hielo. Tras avanzar varios metros agarrados a la barandilla, luchando por mantener el equilibrio entre risas e insultos decidimos que hemos tenido suficiente sendero y volvemos al asfalto. Intentamos visitar la pasarela y el ascensor de Katerina que, lamentablemente no funciona desde hace meses.
Poco a poco volvemos a nuestro barco, a recoger nuestras maletas de esa tienda de perfumes reconvertida en baggage room. Nos hemos quedado con las ganas de disfrutar un poco de la ciudad. Hemos visto mil terrazas cerradas, nos habían hablado de puestos callejeros de venta de pescados encurtidos… pero es lo que tiene el invierno. De nuevo paseo, bus y aeropuerto, mientras recordamos el intenso fin de semana. El encanto de las calles nevadas, esa agradable sensación de entrar a un sitio calentito y sacudirte la nieve de las botas, los niños haciendo muñecos de nieve y las heladas estatuas de Thor. Hablamos de la luz extraña de este país, que nos ha acompañado todos los días, una luz gris y un sol esquivo que sólo aparecía durante 6 o 7 horas al día (lo de aparecer es un decir). Aprovechamos en el aeropuerto para gastar las últimas coronas que nos quedan comprando algo de embutido de oso y reno y, cómo no, una caja de deliciosas galletas de jengibre. Un fin de semana de desconexión que ha llegado a su final. Más vale empezar a quitarse las botas de nieve que en casa nos vamos a cocer…
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