miércoles, 6 de agosto de 2014

Dia 4 - Descubriendo el Tirol

Abrimos los ojos por la mañana empezando a sentir ventanofobia. Te levantas de puntillas, no sabes si acercarte a la ventana o no. Paso a paso reunes valor. Agarras fuertemente la cortina y...la sueltas. El terror te paraliza. ¿Estará nublado? ¿Lloviendo? ¿Diluviando? Te armas de valor puesto que el destino el implacable y la vida del turista dura, y haga el tiempo que haga vas a salir a hacer tu trabajo. Con decisión y mano firme retiras la cortina y... pos nublado. Pos nos pondremos manga larga.

La verdad es que la vista desde nuestra ventana es genial. los Alpes todo brumosos, las nubes que ascienden de los valles... parece una postal.

Bajamos a desayunar y nos hinchamos de schinken del Tirol cogiendo fuerzas para lo que nos espera hoy.

Primera parada: Kristallwelten, la fábrica de Swarovski. La entrada vale 11 euros y la verdad es que no vamos muy convencidos de lo que veremos. Dejamos el coche en el parquing de los currantes (hay una zona enorme de aparcarmiento para guiris pero somos unos ansias) y entramos por la enorme cabeza escupidora de agua que gobierna la entrada del recinto y que es lo único que habíamos visto en la publicidad. Lo que nos encontramos nos sorprende. Creíamos que nos bombardearían con una sesión de autobombo y en cambio nos hayamos en medio de una especie de museo bizarro donde varios artistas han creado sus obras en torno al cristal y al mundo de Swarovski. Desde autómatas que usan tecnología de la fábrica, a grandes cristales, árboles de Navidad y esferas psicodélicas al más puro estilo Cerebro. Tras una hora y después de huir de los precios de la tienda, salimos más que satisfechos y felices.

Nuestra siguiente parada pretende ser una pequeña casa bocaabajo. Y decimos pretende porque hemos sido incapaces de encontrar una casa del revés en un pueblo de 4 calles.... si es que lo nuestro no tiene nombre.

Vencidos y derrotados atravesamos Schwaz, ciudad famosa por sus minas de plata y llegamos hasta el castillo de Tratzberg. Dudamos en entrar pero al final somos conscientes de que luego nos arrepentiríamos si no lo hacíamos así que vamos al parking de cabeza. Un trenecito te sube desde la zona de aparcamiento hasta la puerta del castillo. Siempre y cuando el maquinista traidor no decida arrancar justo un minuto antes de que llegues tú. Y cómo el tren del infierno sale cada 20 minutos pues decidimos subir dando un paseo. Un bonito cartel te da varias opciones, o subes por el camino asfaltado, precioso y poco empinado y tardas 20 minutos en llegar al castillo u optas por una subida de 10 minutos bosque a través. Nada más hacer nuestra elección empezamos a arrepentirnos. Una subida infernal a través de una empinada cuesta entre árboles (quizás exageramos pero estamos muy mal de forma física), esquivando insectos y raices. Cierto que son 10 minutos y llegamos arriba todo rojos, sudando, sin resuello ni para comprar los tiquets de la entrada... que piltrafas.

La entrada al castillo vale 13 euros y son visitas guiadas con guía y audioguía. Hemos de decir que a nosotros, personalmente, el castillo nos encantó. No es el típico edificio palaciego sino que tiene un aire más rústico y montañés con interiores de madera deliciosamente trabajada.

Al acabar la visita hacemos una Milka Pause (jos...que rico) y encaminamos nuestros pasos hacia el Achensee, el lago más grande del Tirol. A medida que la mañana ha ido avanzado el sol ha decidido acompañarnos, así que la zona del lago está atestada.

Nuestra intención era ir a Seespitz y coger un barco de vapor que te daba una vuelta de 2 horas por el lago. Nuestro gozo en un pozo. No hay barco de vapor... a lo mejor nos lo hemos inventado... lo que hay es un tren de vapor que te lleva hasta el pueblo de Jenbach. Para más inri, al barco lo hemos visto zarpar, por lo que tocaría esperar una hora hasta el siguiente. Y por último, que no, que ese barco no nos gusta.

Así que cogemos camino y vamos bordeando la ribera del lago hasta que paramos en una Gasthaus a comer, bueno, a devorar, porque cogemos unos schnitzels que no tienen nombre de lo enormes que son. Para acabar de ver el lago cogemos la carretera que lo rodea por la otra ribera y llegamos hasta el final del lago, donde hay ubicado un pueblo/camping/centro vacacional y aquí que paramos a ver el lago y a tomar un cafetito.

Saciados de lago y avanzándonos a la ruta que tenemos prevista para mañana, nos acercamos a Alpbach, un precioso pueblo alpino donde las casas estan supercuidadas. La verdad es que el pueblo es una preciosidad. En los edificios de madera oscura resaltan los rojos geranios y las blancas campanillas y los prados son tan verdes que sólo puedes pensar que Heidi saldrá corriendo de una casa en cualquier momento.

Felices como perdices reculamos y le decimos al gps que nos lleve a Innsbruck, pues a pesar de haber estado ayer no pudimos entrar en la catedral, grandísima obra de estilo barroco que bien merece una visita.

Con los must do ya hechos, nada mejor que pasear mientras nos comemos un helado (ojo, 1,20 el cucurucho...ya quisiéramos en Barcelona esos precios!). Un poco de guiri shopping, un super para provisionarnos de agua y cena y para acabar el día "comme il faut" nos encontramos en una de las calles principales con una orquesta tocando valses tiroleses. Y allí que nos sentamos a escuchar música y a beber de ese licor asesino que en sendos barriles y cuales San Bernados, llevan dos miembros de la banda alpina. A un euro la copita, nadie nos iba a quitar la satisfacción de hacer tamaña frikada y de matar la curiosidad de qué llevaban en esas minibarricas.

Satisfechos con el día y agotados de tanto andar, de tanta cuesta asesina y de tanto conductor loco saltadores de cedas los pasos e invasores de las líneas medianeras de las carreteras de montaña, llegamos al hotel medio bostezando y con los ojos llenos de sueño.

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