lunes, 4 de agosto de 2014

Día 2 - De Grenoble a Liechtenstein

Buenas noches andarines!

Hoy estamos agotaditos. Y no porque hayamos hecho muchas visitas turísticas (una lástima) sino porque hoy era otro de los trayectos más larguitos del viaje, de Grenoble a Liechtenstein. Aunque sólo son 550 km se nos han hecho bastante pesados, quizás por la gran cantidad de camiones que hemos encontrado en nuestro camino o por el continuo y espeso tráfico.

Salimos esta mañana de una soleada y despejada Grenoble, con el macizo de la Chartreuse recortado contra un cielo azul. Sin una sola boulangerie abierta en las cercanías decidimos coger la autopista y, como el diesel es mucho más caro en Suiza que en Francia, aprovechamos para parar en un área de servicio, llenar el depósito del coche y el nuestro con un buen par de croissants y dos (malos) cafés con leche.

Ya más repuestos avanzamos kilómetros y nos encontramos con la frontera. Compramos nuestra vignete (40 CHF o 40 Euros...véase el truco...40CHF=33Euros) y vamos comiéndonos la autopista mientras vamos dejando atrás carteles que anuncian ciudades que ya visitamos hace tiempo y que nos hacen recordar viajes pasados: Lausanne, Berna, Solothurn, Zúrich, St. Gallen, Schaffhausen.... decidimos hacer un alto en Yverdon, una pequeña ciudad en la que está el museo de la ciencia ficción y que tenemos la mala suerte de encontrar cerrado. Igualmente la parada vale la pena cuando vemos en la rotonda de entrada del pueblo el símbolo de Green Lantern y un cartel que nos informa que la ciudad está hermanada con Gotham City.... esta es nuestra ciudad!!!

Tras dejar el coche en un aparcamiento público y tener que pasear un poco para buscar monedas para el parquímetro (1,50 CHF la hora) damos un paseo por el casco antiguo del pueblo, lleno de tiendas y de farmacias y con un gran logo de Spiderman, su amigo y vecino, en la plaza principal. Como no hay mucho más que ver, decidimos coger algo de comida preparada del Manor y devorarla en un parque mientras vemos como los niños se juegan la vida en columpios de madera con bordes afilados y cuerdas asesinas...

Tras descubrir que Superman está en la oficina de turismo, arrancamos de nuevo. Túnel tras túnel, camión tras camión (algunos muy graciosos...%$&*"!) llegamos a Liechtenstein, ese pequeño país escondido en los Alpes. Nuestra primera parada es en Balcers para ver su castillo y su bonita iglesia.

Bajamos del coche para dar una pequeña vuelta y volvemos al coche con la sensación de que perturbamos la tranquilidad del lugar...todo tan silencioso, todo tan ordenado, tan limpio y tan solitario que da reparo caminar por la calle, incluso respirar demasiado alto.

Finalmente escogemos la opción de ir a nuestro hotel a dejar las maletas y a asegurarnos de poder hacer el check-in  y después volver para visitar todo lo que nos resta del país y que no es mucho.

Le indicamos al GPS que queremos ir a nuestro alojamiento y como poseído por un espíritu maligno empieza a meternos por...llamémoslas carreteras (es ser muy bueno) apenas asfaltadas, sin señalización, con curvas de infarto y giros de 180 grados. Carriles estrechos, carreteras que parece que se meten en casas y...cuando parece que cogemos una vía decente...nos mete en otra peor en la que encima nos encontramos a los operarios que están desbrozando los arcenes!!! Mi coche, el operario y la desbrozadora NO cabemos en la carretera!!! Cuando parece que llegamos al fin del mundo nuestro hotel hace acto de presencia. Una preciosa casa-restaurante rodeada de Alpes donde sólo se escuchan los cencerros de las vacas.

Un lugar impresionante, un paisaje de ensueño. Las altísimas montañas tienen mil tonos de verde y diríase que las nubes se enganchan en sus picos. Nos creemos Heidi y Pedro. Eso sí, Heidi y Pedro no vuelven a hacer el camino de bajada para ver Vaduz y subir en un hora. Así que ponemos en la balanza Vaduz y una cerveza bien fría en la terraza del hotel, añadiendo las variables de que mañana tendremos que bajar de aquí sí o sí y de que, en esa bajada, pasaremos por la capital del país pero que mañana la cerveza ya no estará. Así que la elección es sencilla y pasamos la tarde relajados, en la impresionante terraza que da a las montañas, únicamente escuchando a las vacas y bebiendo cerveza liechtentinense.

Poco a poco las nubes blancas van dando paso a unas nubes negras, el frío empieza a levantarse y el hambre a apretar. No tenemos más remedio entonces que entrar en el restaurante, pedir una fondue y dos botellines de sidra y disfrutar de la lluvia desde la ventana. El personal del lugar es encantador, hasta nos traducen la carta de arriba a abajo. La verdad es que es justo lo que necesitábamos.

Las nubes vuelan por debajo nuestro mientras los rayos aparecen más allá de las montañas y con las barrigas llenas y las piernas cansadas nos vamos a dormir, deseando meternos bajo los nórdicos en esta fresca noche alpina para soñar con lo que nos espera mañana. Hallo, Osterreeich. Guten Nacht.




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